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El precio de un escaño

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Nuestros líderes políticos saben que tal cual está el patio, si quieren gobernar no les queda otra que pactar con otros partidos. Pactar normalmente significa para el que necesita un número mayor de escaños de los que tiene, conceder algo a cambio. Catalanes y vascos han logrado el mayor grado de gobernabilidad por haber ido consiguiendo más parcelas de poder que se las han proporcionado los pactos, caso de PSOE y PP, sin que les haya importado tampoco mucho ver como con esas políticas otros se quedaban atrás cuantitativa y cualitativamente hablando, en tocante a las mejoras alcanzadas. Beneficios adquiridos gracias a un puñado de votos de unas legislaturas concretas que además ya sientan carta de naturaleza en el devenir futuro, quiero decir, que una vez terminada la legislatura, el partido que recibe los escaños, no recupera lo que ha cedido a cambio.

De manera que algunas mejoras, sobre todo para vascos y catalanes, tuvieron su origen en un pacto poselectoral. Eso como es natural coarta la libertad del ejercicio de oposición que el donante hace a propósito del recibidor; un malabarismo que en casos llega a ser tan notorio que se cercena en grado sumo las señas de identidad del partido que entrega sus votos, a veces también del que los recibe. Si se me permite la metáfora, diré que cuando alguien anda como un pato, nada como un pato, grazna como un pato y vuela como un pato, seguramente es un pato.

Se requiere un esfuerzo y no de menor cuantía coadyuvar al buen ejercicio de la gobernabilidad política de otro partido, conservando a la vez la pureza ideológica propia después de cuatro años (toda una legislatura) de mezclar las churras con las merinas.

Para el que cede sus escaños se le supone que ha sacado algún beneficio de orden político, para el que lo recibe los beneficios son distintos aunque también políticos, porqué si no, no podría gobernar. Al que concede se puede también pensar que no concede nada que sea de su propiedad privada, de manera que no le sale tan caro, si acaso será en el futuro cuando amargue lo cedido, cuando las exigencias sean el producto de haber pactado conceder lo que de otro modo así sin más, jamás se habría concedido o muy raramente.

En el oficio de los pactos siempre hubo hábiles negociadores, algunos porqué se daban cuenta que además de sus sustanciosas mejoras, también les venía aparejado lo de estar en el gobierno, sabedores que esa era su única posibilidad de pisar moqueta. También los hay que piensan que si no has pisado moqueta «monclovita» no eres nadie, pues no se ha pasado de ser un «corre ve y dile». Para el caso presente, un «mandao» de Pedro Sánchez Castejón. Los pactos a veces lo arreglan todo a costa en el fondo de desarreglarlo todo. No son pocas las veces que esa es una música que acompaña una letra que no va al mismo son. En el fondo, se quiera o no, el escaño cedido para que mande otro, no es otra cosa que un escaño comprado. No pocas veces a un precio que lastrará el quehacer político durante años.

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