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Vía libre

Amistad o espejismo

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Antes era normal llevar una agenda, bastante fiable por cierto, en la cabeza. Y con antes no me refiero a la noche de los tiempos, sino a antes del nacimiento de Facebook (2004) o del auge tremendo de los teléfonos inteligentes (2007) con los que, lo admito, mantengo una relación de amor-odio en toda regla. Sin necesidad de chivatos tecnológicos, estaban las llamadas de amigas y familiares en el teléfono fijo en el día de tu cumpleaños, incluso alguna postal (física) en el buzón; elementos, las postales, que junto con las cintas de casette ya solo se deben utilizar para el postureo vintage.

En fin volviendo a los aniversarios, ahora ya no hace falta memorizarlos, Facebook te recuerda la fecha de nacimiento de todos tus amigos virtuales, si antes no han sido lo suficientemente discretos como para eliminarla de su perfil. A cambio las felicitaciones se han vuelto impersonales, ya no sabes si llegan porque realmente alguien se acuerda de ti o porque les ha saltado el aviso en la cara cuando han mirado el móvil. En la era pre-redes sociales para no disgustar a quien verdaderamente te importaba tenías que apuntarte la fecha en el calendario, grabarla en la memoria –la nuestra, no la del ordenador–, y si surgían dudas, adelantarse, siempre. Nada de recordatorios y mensajes tipo «aún estás a tiempo, fulanito cumplió ayer».

Tampoco estaba el avispado del grupo de WhatsApp que pone en alerta al resto. Todo era rudimentario, pero ahora hay más cantidad y menos calidad; sospecho que muchas de esas cientos de felicitaciones con globitos y corazones son obligadas. Hagan la prueba, escondan su fecha de cumpleaños, y verán como la tasa de felicitaciones en su muro cae de forma radical. Y es que cada vez nos fiamos más de las alertas que nos hacen la vida cómoda y pánfila. Ahora Zuckerberg se ha inventado el Facebook Pay, para darle al like y a la tarjeta bancaria a diestro y siniestro, sin pararnos a pensar. Porque si nos detenemos, veremos cómo nuestra dependencia crece y nuestras capacidades merman, virtualmente entontecidos.

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