Hace más de seis años recibí una llamada de David Baret, amigo y colaborador del Diario MENORCA, diciéndome que necesitaba un articulista para una sección llamada «El Opinómetro». El objetivo era que hablara de cualquier cuestión relacionada con la Justicia. Al principio, no sabía qué contestarle. ¿Un juez hablando de leyes y de Derecho cada quince días? ¿A quién podría interesar aquello? A pesar de las reticencias iniciales, decidí aceptar el encargo pues, cada cierto tiempo, debemos asumir nuevos retos que nos permitan salir de la ‘zona de confort'.
Por aquel entonces, los medios de comunicación informaban sobre el juicio del «Prestige». Era la noticia del momento y algo me dijo que debía escribir una columna -apenas 450 palabras- sobre aquel triste acontecimiento que había conmovido a la sociedad española. Encendí el ordenador y, al instante, tuve ese vértigo que todo escritor -en mi caso, un contador de historias- siente cuando se enfrenta a una hoja en blanco. La creatividad es, en cierta medida, un milagro que, en ocasiones, se hace realidad en la Tierra y permite ordenar las palabras de tal manera que transmitan un mensaje que conmueva al receptor.
¿Cómo podía contar una (breve) historia sobre aquel terrible suceso? Sin saber muy cómo, de repente surgió en mi mente la historia de los charranes árticos. Se trata de un ave pequeña de unos treinta centímetros y apenas 125 gramos que inicia su migración desde Groenlandia hasta el Mar de Weddell. Curiosamente, a lo largo de este épico viaje de 70.000 kilómetros, los charranes árticos no vuelan en línea recta. Tras pasar casi un mes en el Océano Atlántico Norte a unos 1.000 kilómetros al norte de las Azores, continúan su ruta hacia el sur bordeando la coste noroeste de África. A la altura de Cabo Verde, sorprendentemente, la mitad de la bandada prosigue su camino por la costa africana, mientras que la otra cruza el océano para seguir una ruta paralela por la costa Este de Sudamérica. Finalmente, una vez reunidas, todas las aves pasan los meses de invierno en diferentes puntos de las aguas antárticas. Esta historia me sirvió para reflexionar que, en realidad, justicia y sociedad -al igual que las bandadas de charranes árticos- habían discurrido por caminos separados. Precisamente, en el momento del juicio, se ofrecía una oportunidad para la reconciliación después de casi una década.
Una historia. Una reflexión. Una cita. Aquella forma de escribir me ha llevado a lo largo de los años a escribir sobre juventud, igualdad, redes sociales, tecnología, educación, ética o psicología. A través de pequeñas historias (una película de dibujos animados, una charla de un coach o el fragmento de una novela), he intentado crear un espacio de diálogo sobre aquellas cuestiones que a todos nos conciernen. Por este motivo las columnas están repletas de preguntas. ¿Por qué no somos honrados? ¿Qué significa ser madre? ¿Somos adictos a las redes sociales? ¿Conocen nuestros hijos sus obligaciones? ¿Qué papel tiene la Justicia en un mundo cada vez más conflictivo? ¿Para qué sirve la Filosofía? ¿A qué estamos dispuestos para defender la ley? ¿Por qué no conseguimos la igualdad entre hombres y mujeres?
Mi intención no ha sido ofrecer respuestas (porque no las tengo), sino más bien brindar la oportunidad para que juntos reflexionemos acerca de quienes somos, qué hemos hecho mal y qué podemos mejorar. No existen soluciones unívocas en un mundo tan complejo como el que vivimos. Por fortuna, existen muchos desacuerdos que nos enriquecen como sociedad y que nos obligan a aunar esfuerzos para ofrecer a nuestros hijos un futuro mejor donde brille la responsabilidad, la valentía y el optimismo.
A lo largo de estos seis años he disfrutado con el compromiso de escribir y brindar a los lectores una historia, una reflexión, una cita. Quiero aprovechar estas líneas para agradecer a todas aquellas personas que me han transmitido su interés en estas crónicas de un juez optimista. Siento que, en cierta medida, defraudo sus expectativas. Sin embargo, debo dejar la caldereta en reposo durante un tiempo -¡espero que no mucho!- para poder desarrollar con dedicación otros ilusionantes proyectos. No es un adiós. Es, simplemente, un receso. Apenas un descanso para poder disfrutar del sabor de la langosta mientras juntos miramos al horizonte y buscamos otras preguntas sin respuesta.