Sr. Grande-Marlaska, Ministro del Interior: Le escribo en domingo. No es un domingo cualquiera. Hoy se celebra la Jornada Internacional de la Convivencia en Paz. ¿Hermoso, no? Junto a mi viejo ordenador, señor ministro, hay un ejemplar del MENORCA, el diario de mi tierra al que amo hasta el extremo. En su edición de este 16 de mayo destaca una fotografía en la que aparece un lema, bellísimo, que se esgrimió en mi isla, en una pancarta, durante el 15-M. Reza así: «Esto va de principios, no de ideología.» Un buen día, pues, para reflexionar sobre si estamos -o no- contribuyendo a esa convivencia serena o si seguimos teniendo -o no- principios. Dudo de que llegue a leer estas líneas. Pero, si así fuera, le diré de antemano que no tiene de qué preocuparse, porque no le saltaré a la yugular…
Hace escasos días, y contestando a la diputada Beltrán Villalba, usted hizo exactamente lo contrario a lo expuesto. Desnudo, al parecer, de argumentos, acudió al ataque personal y a las convicciones religiosas de la política al espetarle literalmente: «(lo suyo) es un problema estrictamente de conciencia, pero ustedes lo tienen muy fácil, con una simple penitencia nos olvidamos de todo». Creo, don Fernando, que a un ministro se le debería exigir, entre otras cosas, no caer en los estereotipos de la ignorancia. El sacramento del perdón -se lo aclaro- no consiste en entrevistarse con un sacerdote, confesarle cuatro pecadillos, recibir la absolución y rezar una oración para luego, ¡ale-hop!, reincidir… Esa caricatura del perdón es propia de iletrados o de malintencionados o de ambas cosas a la vez. El Perdón, sr. Marlaska, exige…
A.- Un riguroso examen de conciencia. Efectuarlo, probablemente, nos vendría bien a muchos -creyentes o no-, aunque, tal vez, no fuera en ocasiones agradable su resultado. ¿Qué tal si se apuntaran al ejercicio los políticos, independientemente de sus credos y colores ideológicos?
B.- Dolor de los «pecados». ¡Uf! ¿Le duele, por ejemplo, a algún político o a algún ministro, no haber cumplido lo prometido? ¿Le duele a algún político haber antepuesto la disciplina de partido a sus convicciones? ¿Le duele a algún político haber pasado de servidor a «bien servido»? ¿Le duele a algún político su sueldo mientras alguien ha de sobrevivir con novecientos euros? ¿Haber mentido?
C.- Confesión de los pecados. Contarle a un sacerdote nuestras ignominias no es fácil, porque, entre otras cosas, este hecho implica humildad. A sus señorías les molan más -me temo- los psicólogos. Es más «in» y abonar algunos euracos más «pogre» que rezar…
Y ahora, sr. Grande Marlaska, viene lo realmente difícil:
D.- Propósito de enmienda. A saber: rectificar. ¿Se lo imagina? Volver de «bien servido» a servidor, renunciar a las prebendas, al capital, al poder, a las suculentas pensiones perpetuas… Regresar a la dignidad, a la vocación, a la fidelidad para con el ciudadano… ¿Se lo imagina? ¿Se imagina -aunque este no sea su caso- a tanto corrupto devolviendo lo robado?
E.- Cumplir una penitencia. ¿Qué tal, sr. Marlaska, si los diputados purgaran sus «pecadillos» (sí, ya lo sé: los tenemos todos) cediendo, por ejemplo, parte de su sueldo a fines sociales?
Solo cuando se dan estos cinco requisitos se obtiene el perdón -en el caso de los creyentes- o la paz -en todos los casos-. ¿Qué son infinidad de creyentes los que hacen un mal uso de ese sacramento o renuncian a él por incómodo? No lo dudo. Pero eso no mengua ni su rigor ni su validez. Como tampoco dudo del mal uso que, del poder, y salvo raras excepciones, hacen sus señorías…
Sr. Marlaska: es de gente inteligente hablar de lo que se entiende, porque, en caso contrario y en conocida frase, uno es esclavo de sus palabras, pero no dueño de sus silencios…
Y ya puestos, permítame que le proponga una penitencia laica, le hará -espero- mucho bien. Léase aquellos emblemáticos versos de Fray Luis de León: «¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!».