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Con derecho a réplica

Epicuro y sus colegas

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Buenas queridos lectores, hoy voy a arrancar con una petición directa y clara, que después me enredo más que el cable de mis auriculares y se nos van los caracteres tecleando al tuntún, que nadie más por favor, nunca, intente alabar a alguien adjetivándole como «máquina», rollo «eres un máquina» o «qué pasa máquina». Máquina nunca tendría que ser un piropo, al contrario, llamarle a alguien máquina es insultarle a la cara. Porque una máquina no tiene imaginación, no posee creatividad, sus algoritmos no tiene sentimientos de ningún tipo, en definitiva una máquina es una Thermomix, que solo hace ricos platos si un humano la programa y la prepara para tal fin. Llamarle a alguien máquina es cosificarlo, y ya sabemos que el torpedo más letal a la línea de flotación de la empatía, que nos hace humanos, es cosificar a una persona convirtiéndola en un número, un objeto, o una máquina.

No me he convertido en un ludita del siglo XXI, el ludismo estuvo muy bien a principios del siglo XIX, cuando los artesanos se levantaron y quemaron los telares industriales que destruían puestos de trabajo en plena Revolución Industrial. De hecho junto a estas palabras que usted está leyendo desde mi ordenador, y lo he enviado por Internet al periódico, por no hablarles de que me desplazo en coche, hago la mahonesa con un batidora, pongo una lavadora diaria y tengo un ventilador de techo en mi habitación sin el cual las noches de verano menorquinas, donde el cielo nos regala lluvia en forma de barro y una sensación térmica de «me acabo de duchar y no sé si seco agua o sudor», serían más difíciles de pasar. Pero nos vendieron que las máquinas venían solo para hacernos la vida más fácil a todos, y no es verdad.

Dicen que para el año 2030, pasado mañana, la mitad de los empleos de Japón serán reemplazados por robots, no está mal. Si esos robots empiezan a pagar impuestos, y no se va toda la pasta al beneficio de los de siempre, podremos tener una sociedad más ociosa, más creativa, más imaginativa, y que concilie mucho mejor el trabajo, con la familia y los amigos, que al fin y al cabo son lo más importante de la vida, por más que le duela reconocerlo a los estresaditos adictos al trabajo que no soportan tener un hueco en su agenda, que tienen que practicar el multitasking para sentirse importantes y que vuelcan toda su autoestima en el reconocimiento social para que la gente les llame «máquinas».

Epicuro (341-270 a.C.), nació en un familia pobre y tuvo siempre muchos problemas de salud, pero eso no le impidió ser un tipo muy guay. Epicuro fundó una comunidad de amigos con un pequeño huerto a las afueras de Atenas, porque para él no había goce mayor que charlar con un amigo y cultivar su amistad. El filósofo griego epataba por la sencillez y la tranquilad como ejes de la vida humana, y es más que evidente que lo que nos falta a todos en estos tiempos, a unos más que otros, es precisamente tranquilidad.

Qué quieren que les diga, yo voto por Epicuro y su forma de entender el placer como «estar tan pancho», son tan pocas las ocasiones en que podemos deleitarnos con esa sensación de armonía donde no anhelamos nada que deberíamos saborearlas hasta el infinito y más allá. Además por más que lo necesite, por más bien que me haga, por más que cumpla su función en la vida a la perfección, sé que nunca podré irme de cañas ni compartir penas y risas con mi ventilador de techo, es lo que tiene ser un «máquina». Feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com

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