Entre la angustia de no tener clientes ni beneficios ni empleo, y las escenas de colas kilométricas para ver la puesta de sol o para cenar en algún restaurante, entre poc i massa, la Isla entera se encamina hacia el otoño como un barco que pone rumbo al horizonte. Las escenas de pánico para poder salir de Kabul me traen a la memoria las declaraciones del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, diciendo que la misión era proteger a EEUU y sus aliados de ataques, no proteger Afganistán (o sea, la gente de allí). Aquí no cuentan los principios sino los intereses. Una cosa es lo que ocurre en el trasfondo, entre bambalinas, y otra lo que se dice de cara a la galería. Demasiadas veces dejamos los principios para el final. Los principios responden a nuestra mente robótica o geométrica, mientras que los intereses residen en nuestra mente reptiliana.
Un batiburrillo de cerebros. Como animales, tenemos instinto territorial, agresividad y emociones primarias. Luego está la civilización, que nos inspira ideales, estrategias, cálculo de gastos-beneficio. Un amigo filósofo me recomendó estos días la lectura de «El homenaje» de Andrea Camilleri. Un verdadero hallazgo. En estos tiempos violentos y ridículos, retrata magistralmente lo que somos y lo que nos pasa. Todo se repite en lo esencial y cambia en lo accesorio. Aprender es difícil cuando ignoramos los errores cometidos y nos dejamos engatusar por mentiras descaradas.