El cierre anual de El Cachito resulta un pelín traumático para los amigos de Nacho, acostumbrados a las tertulias improvisadas, cañas fresquísimas y bien tiradas y unas croquetas que evocan las que hacían nuestras abuelas. Cuando al final de la temporada Nacho nos convoca a la fiesta de liquidación de existencias sabemos que el verano ya no da más de sí y que él se marcha a sus cuarteles de invierno donde afilará su pluma para pegarles un buen repaso a «nuestros amados líderes». Bueno, pues con El Cachito cerrado, alea iacta est, se acabó lo que se daba y, aunque aún me resista a plegar el toldo del ullastre, sé que esta sección se acaba hasta el año que viene si los virus y los profesionales del enfurruñamiento lo permiten.
La rentrée este año se presenta agitada, con la presentación, el próximo jueves, del libro culinario/literario del Molí de Foc y sus primeros veinticinco años bajo la dirección de Vicent Vila, el arrocero que triunfa en la tierra del oliaigo. El día siguiente, una singular apertura de curso en el Ateneo a cargo de los expresidentes, cuya preparación me lleva a repasar mi vieja novela, «Crimen en el Ateneo», porque en ella vienen fragmentos significativos de la vida ateneísta de los años ochenta y noventa, anotados en unos misteriosos cuadernos de colores que existen en realidad y que en la novela esconden las claves del misterioso asesinato del conserje de la centenaria entidad. La historia es un vodevil de personajes, unos inventados, otros no tanto y alguna que otra astracanada cuya relectura me ha hecho sonreír.
Por si fuera poco, también hay una novela en ciernes, a la que llevo dando vueltas desde hace más de cinco años, y a la que no me ha resultado sencillo darle salida. Publicar no es fácil, como se ha comentado este verano en «Es Diari», salvo que recurras a la autoedición, es decir pagando de tu bolsillo, pero tenía claro desde el principio que, si nadie la aceptaba por selección natural, la dejaría dormir al sueño de los justos en un cajón. En esta ocasión pretendo trascender del ámbito isleño a través de un argumento sin (apenas) connotaciones menorquinas y en una editorial acreditada. Tras unos tanteos fallidos en Madrid en plena pandemia, hace unos meses encontré acogida en una conocida editorial de Zaragoza, donde finalmente se publicará el libro dentro de unas semanas.
Estamos ya en plena fase de correcciones (es sorprendente lo que aprendes con una corrección profesional), y el hecho de que la novela vaya a ver la luz en la ciudad que me acogiera tan entrañablemente siendo un chaval añade un plus de emotividad que ya viene implícito en el hecho de publicar. Volver a ver en la presentación a los viejos amigos/amigas, contemplar tu libro en el escaparate de las librerías que frecuentabas de joven, la coincidencia de la celebración, también a orillas del Ebro (título por cierto de mis lejanas crónicas en «Es Diari» desde Zaragoza), de mis bodas de oro con la medicina, todo ello hace que este año la melancolía post veraniega se haya trocado en una ilusión de reyes magos que quiero compartir con mis dieciocho lectores censados.
La mejor manera de vencer a la tentación es caer en ella, nos enseñó Oscar Wilde, por eso ahuyento miedos, y con la mascarilla bien aposentada acudo después de año y medio a Ocimax (gracias por resistir, amigos). La novedad de los asientos numerados me lleva al lado de una señora y un joven comiendo pipas. Les doy secretamente unos minutos de cortesía y al comprobar que dejan las palomitas, pero no se ponen la mascarilla, me traslado a una esquina solitaria. Bien, la ocasión lo merecía: nada menos que la despedida de Daniel Craig como James Bond. Y no me arrepiento en absoluto: paso tres horas con el asombro de un niño, encandilado con la trepidante sucesión de aventuras, con la sugestiva intervención -demasiado corta- de la española Ana de Armas, y con un final sencillamente colosal. No tengo dudas de que Craig, con sus múltiples registros del personaje, ha superado al legendario, pero más previsible Connery. Una xalada.
Termino pues estas crónicas bajo el ullastre observando la convención del PP, cuyo líder Pablo Casado parece haber optado por soplar y sorber al mismo tiempo en su relación con el extremo centro. Mal asunto, como la asombrosa teoría democrática del Nobel Vargas Llosa sobre el «votar bien», pero permítanme que soslaye temas escabrosos y despida el verano recreándome en la ilusión. Hasta pronto.