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Contigo mismo

Gente enfadada

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Es una percepción personal. Puede que te equivoques. Como te equivocaste cuando en tus artículos de ‘Cuarentena'manifestaste, durante el confinamiento, una renovada fe en el Hombre. Te equivocaste, sí, como se equivocó/equivocaba la paloma de Alberti. Pensaste, en esa tesitura, que seríais conscientes de vuestra fragilidad; que los propietarios del mundo descubrirían que, a la postre, tan solo eran usufructuarios; que habría que meditar más sobre la muerte, pero en positivo, porque, al hacerlo, os mostraría vuestra innegable pequeñez. Formularíamos, entonces, las cosas que no dijimos y daríamos las caricias que quedaron pendientes…

No sé si Stalin, Mussolini, Lenin, Guevara, Hitler o Putin creyeron que serían eternos. La muerte es eso que, según muchos, únicamente sucede a los otros…                 

Es una percepción personal. Puede que te equivoques… Pero vives rodeado de gente irritada. El capitalismo tal vez les    dijo a muchos que para ser feliz tenían que cumplir con ciertos requisitos. Y tal vez no lograron acceder a ellos, a ese «edén», en minúsculas. La gente deambula –crees- como enfadada. Alguien, hoy, puede que usted, intentará gestionar un trámite en una entidad bancaria a la que ha sido fiel durante toda su vida y le dirán que, pues eso, que hable con su gestor y se lo dirán sin empatía alguna. Tal vez    tenga problemas de movilidad y que su acceso a esa sucursal haya sido una verdadera odisea. ¿Su saldo? Las cosas, las maneras, frecuentemente, dependen de él… Y usted saldrá mosqueado… Y cojeando.

2 Ya no es usted un ciudadano de este mundo. No sabe pagar a través de su móvil, no entiende de apps, no es capaz de entrar en una web para realizar una gestión. No es este un país para viejos -te dirás-, utilizando el título de la película. Usted, pero no el empleado suicida de turno, sí sabe, en cambio,    o supo,    de un trato humano, personalizado y amable. De dar un gratuito «¡Buenos días!» o de ceder un asiento a una embarazada (¡imperdonable micromachismo en la actualidad!), de regalar su turno ante el agotamiento visible de un anciano, de esas cosas de antes que hacían de la existencia algo mucho más grato. Solía denominarse educación…

Usted -iteras- buscará -puede que ese mismo día- , los servicios de un fontanero o de un electricista por una minucia (esa que personalmente adquiere gran importancia) y el susodicho o los susodichos no le atenderán. Le tendrán en cuenta en invierno. Cuando el trabajo escasee. Ocupados están    ellos en tareas más rentables, hoy: apartamentos, hoteles, averías suculentas… Hay dos Menorca: la invernal y esa otra. ¡Con cuánta facilidad se olvida en la opulencia pasajera de tres meses a esos clientes modestos que te sostienen cuando el frío arrecia! Por no hablar -usted lo sabe- de ese taxista que le pregunta que adónde va y usted, pues que a eso, a «Urgencias». Y ha de soportar un «menuda mierda de trayecto», susurrado. Usted cree que, tal vez, debería anotar su número y rehuirlo cuando, en otoño, el taxista se queje de que eso no da para nada…

La gente está irritada…

Y con razón…

Porque cuenta más un crucero que un llaüt; porque pesa más la foto de una Explanada nueva y eternamente reformada que el bien que se podría hacer, en silencio, a tanto desheredado, con el coste de esa innecesaria remodelación. La caridad, que ha de ser silente, a la postre, no    se vislumbra en portadas, ni se traduce en votos…

Trescientas personas aguardan plaza en un geriátrico. Esa es la Menorca por la que hay que luchar. Y se alzará un nuevo local mientras se dejó caer el que ya estaba hecho: el antiguo hospital militar, el mamotreto de la vergüenza, el ejemplo más claro de la descoordinación entre administraciones y la materialización de lo fácil que resulta hacer y deshacer con el dinero público, ese que, según una ínclita ministra, «no es de nadie».

La gente está irritada…

Y con razón…

Porque posee pocas razones para el optimismo…

Porque sabe que la valorarán no por su decencia, sino, más bien, por su falta de ella…

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