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Te diré cosa

Ciencia, religión y política

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Imagino que ustedes también se habrán fijado. A lo largo de la historia, los científicos (o sus predecesores los filósofos o sus tatarabuelos trogloditas de espíritu inquieto) han tenido problemas con sus contemporáneos a la hora de explorar nuevas hipótesis o investigar intuiciones con visos de verosimilitud. Los colegas tienden a aferrarse al dogma, tachando de lunáticos a los que cambian de terreno de juego. En definitiva: la heterodoxia se suele topar con quien sostiene el mando a distancia desde el sofá (y no quiere que le toquen las narices).

En el campo de la historia por ejemplo se han hecho descubrimientos, algunos recientes, otros no tanto, que ponen en cuestión la cronología (hasta la fecha aceptada) de la civilización.       

Ya resultaba extraño que los egipcios o los mayas tuvieran conocimientos tan precisos sobre astronomía y consiguieran con medios tan precarios realizar tan fabulosas construcciones y tan sofisticados trabajos en piedra, pero posteriores descubrimientos en la actual Turquía o en Java y otras localizaciones (buscad en YouTube «Göbekli Tepe», «Gudung Padang» o yacimientos similares) ponen en entredicho de manera insoslayable el guión de la película que aprendimos en la escuela.

En el campo de la física sucede algo parecido: los datos de la realidad no siempre cuadran con la teoría aceptada como fetén en los libros de texto.

En fin, las religiones (digamos las monoteístas) no tienen esos problemillas: sus dogmas han sido dictados por un ser superior, sus verdades quedaron escritas en libros sagrados. Si la realidad los contradice, esto no supone obstáculo alguno: en la antigüedad se quemaba al impertinente observador que lo señalaba y en la actualidad se establece que algunas partes de los textos sagrados son metafóricas, otras literales, y quien decide si son una u otra cosa es el teólogo, el rabino, o el imam. Y a otra cosa mariposa.

En política, la casta (ahora incluye a los morados, qué pena!) da por bueno el sistema de la ciencia … y el de la religión.

Vemos cómo las estadísticas son interpretadas con tal flexibilidad que sirven para que el paro suba y baje simultáneamente según consideres al parado de forma metafórica o literal. La reforma de las pensiones, como el electrón, se produce y no se produce afectando positiva y negativamente al mismo tiempo al jubilado. Me río del gato de Schrodinger. No importa si un sistema económico (el comunismo) ha fracasado una y otra vez, siempre tendremos políticos dispuestos a defender su implementación. No importa que otro sistema económico (el capitalismo) haya producido no pocas injusticias, no faltará quien lo niegue y atienda sólo a sus bondades (que haberlas haylas). Los economistas por otra parte (también premios Nobel) sostienen con argumentos igualmente potentes la conveniencia del gasto y del ahorro públicos. Digamos que soplar y sorber al mismo tiempo es una maniobra que cualquier político de alto standing debe dominar.

Y ante tal desconcierto, la casta que nos gobernó y la que lo hace ahora (y no sólo a nosotros) utiliza la relatividad, los textos sagrados si hiciera falta, reescribe la historia sin inmutarse si lo ve conveniente, con el comprensible (aunque deplorable) propósito (antaño disimulado, hogaño descarado) de conservar sus privilegios.

De manera que si resulta difícil que los arqueólogos más acomodaticios escuchen a sus colegas heterodoxos e investiguen los posibles errores cometidos en su campo de estudio; si resulta difícil al feligrés cuestionar la interpretación de extraños fragmentos de la Biblia, La Torá o el Corán, imagínese, amable lector, lo difícil que es quitarle de la boca el hueso que anda royendo el amado líder que ha comprobado ya que haga lo que haga (incluyendo mentiras e incumplimientos serios de promesas), no habrá consecuencias.

Ni en ciencia ni en religión se vota. En política sí, de manera que si nuestros actuales gestores se pitorrean de nosotros mientras se suben el sueldo sin aportar a cambio algo de seriedad y eficiencia al país para el que curran, la culpa la tenemos nosotros: aceptamos elegirlos con sus reglas.

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