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Te diré cosa

Cómo perder la dignidad (sin inmutarse)

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Supongamos que la dignidad tenga su importancia (es solo una hipótesis, no se alarmen quienes carecen de ella); en tal caso, perderla sería engorroso.

Hay muchas formas de caer en la indignidad, algunas de ellas muy intrincadas, pero hay una manera sencilla que no precisa de circunstancias extraordinarias ni de carambolas épicas: siéntese en el Congreso de los Diputados y espere a que el jefe de filas le indique el sentido de su voto. A continuación pulse el botón que se le ha ordenado que presione.

Me dirá usted (ofendido) que está de acuerdo con la instrucción recibida. Le contesto que quizás en alguna ocasión no esté usted tan de acuerdo, bien porque días antes se le indicó que debía opinar lo contrario, bien porque su cerebro elabore razonamientos que no cuadran con las consignas oficiales. En ambos casos la disciplina de voto le obligará a actuar contra su conciencia y usted lo hará porque hace frío fuera. Según mi humilde criterio usted habrá perdido la dignidad con la misma rotundidad con la que se pierde el virgo tras una violación.

Da vergüenza ajena ver cómo tanta gente da vueltas al calcetín de la razón con el objeto de justificar los engaños recibidos, y lo curioso es que la mayoría no son diputados ni nada parecido; no tienen disciplina de voto pero les produce inquietud salir de la fila a observar con objetividad el panorama (manipulado primorosamente por expertos). Porque solo una ceguera voluntaria impide a cualquiera ver las imágenes en las que Sánchez (están grabadas y al alcance de un click) manifesta hace semanas, meses y años -con la misma enfática determinación-  lo contrario que sostiene hoy. Y a sus ministros (me apiado de ellos) desdiciéndose, callando ante preguntas bien fáciles de responder y realizando contorsiones que quebrarían el esqueleto de organismos menos líquidos.

No siendo Guerra en absoluto santo de mi devoción (agarró la teta del estado bien joven y no ha dejado de mamar hasta hace poco), le reconozco tres cosas:

1- Su mordacidad, algo canalla, tiene más gracia que los trabalenguas anodinos de Feijóo.

2- En su día hizo más por su país (luego pasó a vivir de rentas) que todos los actuales mentirosillos juntos cuando manosean nuestras vidas con su juego de poder, tan estéril para nosotros como nutritivo para ellos.

3- La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, y Guerra ha dicho verdad cuando denuncia los vaivenes de Sánchez. Y seguiría siendo verdad aunque Guerra fuera falangista (cosa de la que le acusarán a no tardar los adeptos al régimen), machista (que puede que lo sea), ludópata (lo dudo) o mediopensionista. Aferrarse a los defectos de Guerra, sean éstos reales o no, para negar lo evidente (que los movimientos veleta de Sánchez obedecen a su interés por permanecer en el poder y no a motivos patrióticos o socialistas) es tan patético como si Yolanda se viera obligada a aceptar a Montero en el gabinete después de proclamar que no es apta ni para aparecer en las listas. ¿Sería esta circunstancia (de producirse) motivo de orgullo o acaso parecería miserable? Seguro que si sucede, el equipo de propaganda encontrará una explicación que asumirá el rebaño con total naturalidad.

Vamos a ver. ¿Es tan difícil tener ideología socialista y aceptar al mismo tiempo que no se debe engañar al votante? Parece ser que no. Hay que comprar el kit completo.

Que sea conveniente o inconveniente, legal o ilegal una amnistía puede ser objeto de debate (moral, jurídico); en democracia casi todo lo es. Lo que no admite dudas es que el motivo por el que se implementará no es por lo que sugieren los altavoces del gobierno (comprados con nuestro dinero, by the way), sino por pura necesidad del señorito PS de mantenerse en el cargo. Entonces, ¿a qué tanto quiebro, tanto paripé, tanto insulto a la inteligencia?

Yo no soy inmune a los errores. Alguna vez he lesionado mi dignidad, y me duele recordarlo, pero desde luego sería para mí un infierno perderla a diario ante un público de cuarenta y ocho millones de almas.

Al parecer no me queda otra que patalear, y si seguimos así no me quedará ni eso.

Pobre país de adeptos.

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