Me refiero a los enanitos, esos diminutos seres de cuentos infantiles más bien conocidos como «gnomos». Parece que al dejar la infancia atrás desaparecen, pero no es así ni muchísimo menos, yo diría que crecen al mismo ritmo que nosotros, no en altura como es obvio, pero sí en pilladas, unos con más mala milk que otros, pero siempre dispuestos a espiarte y meterse en tu vida disfrazados de lo que sea con tal de que no los pilles.
Suelen habitar cerca de tu pabellón auditivo dispuestos a aconsejarte de todo aquello que tu jamás llegarías a hacer, algunos han adoptado la pose de políticos e intentan atraerte como abeja a un panal de rica miel. Si acudes raudo y sin la protección debida, o te acribillan a golpe de aguijón o acabas pringado de miel de la que ya no te desprenderás en tu vida, porque no hay miel más dulce que dejarse llevar por la adulación o la mentira piadosa.
Si quieres pertenecer a su dinastía deberás empezar por ser zángano que es el puesto más disputado porque como su nombre indica no das golpe. Luego están las obreras que son las que pencan de sol a sol, guardianes de su entorno para que no entren individuos de otras siglas, no están aseguradas y carecen de sindicato. Y por fin llegamos a la reina que su misión es parir a troche y moche y que si no cumple con las puestas previstas, suele estar amenazada a ser reemplazada por otra de espíritu republicano. Que yo sepa no se conocen casos de abejas de signos opuestos y emparentadas por vía amorosa y por consiguiente, tampoco se conocen casos de violencia de género. Y créanme, cuesta verlos pero están aquí, más cerca de usted de lo que se imagina, en su ordenador, en el móvil, en la TV.