No sé a ustedes pero a mí me gusta de vez en cuando eso de viajar por las nubes, entre otras cosa porque yo soy mi propio piloto, salgo sin retrasos, estoy al margen de las huelgas de los aeropuertos y carezco de azafata que me gesticule diciéndome cosas tan obvias como donde se encuentran las puertas de salida. Y créanme si les digo que desde esas alturas se ven con mejor claridad los tejes y manejes de casi todo el mundo. Vi hace unos días que un grupo de entusiastas ciudadanos protectores de nuestras apreciadas casetes de vorera se lanzaban al ruedo.
Aplaudo la idea porque ello me ha llevado a mis años mozos donde disfrutaba, desplazándome en un lento llaüt, frente a esas encantadoras y pequeñas construcciones que daban colorido a la ribera de nuestro puerto. Pero se está llegando tarde porque la Administración es una máquina cruel y lenta, pero que cuando llega arrasa con todo su poderío. Es la eterna lucha entre David y Goliat con la única diferencia de que la honda del David de nuestra época lanza bolas de miga de pan. Las casetas deberían haberse mantenido y restaurado desde hace mucho tiempo y antes de que llegaran a presentar el ruinoso aspecto actual. Y mientras buscamos culpables, sabemos que la desidia hace que con el tiempo nos rasguemos las vestiduras y que la memoria o desmemoria se vaya diluyendo hasta el infinito.