Todos sabemos que estamos de paso en esta vida y a pesar de todo nos comportamos como si fuéramos eternos. El paliza de turno, el destroza sueños e ilusiones y un sinfín de vampiros chupa energías siguen en las suyas sin pensar que también ellos tienen caducidad.
Hace unos días leí una nota en prensa que decía que estábamos a 90 segundos del fin del mundo según el reloj del Juicio Final. Menos mal que es el segundo año que ese reloj se repite y teniendo en cuenta que lo leí hace tres días, de momento seguimos aquí vivitos y coleando, más coleando que vivitos diría yo. Desconozco si ese reloj se ha averiado o el relojero que debía de cuidar de su funcionamiento se ha jubilado y que al igual que no existen continuadores de muchas actividades, las agujas de ese reloj se mantienen paralizadas.
Pero no nos fiemos del todo de quien es el propietario de ese reloj porque el día menos pensado a más de uno y sin previo aviso estaremos colgados de sus manecillas intentando que no avancen o retrasándolo lo máximo posible. Ayer me quedé sin pilas en el mío de muñeca y salí como un rayo a ponerle de nuevas, no es que uno sea supersticioso, pero algo de yuyo sí que me dio.