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Servidumbre y grandeza

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Las reflexiones que escribió Alfred de Vigny referidas a la vida y condición del soldado, «condenado a ser mirado con sospecha en todo orden social y permanecer apartado de él», las dedico con el mayor respeto a otros uniformados, Policía Nacional y Guardia Civil, que sufren en sus carnes las incertidumbres del momento, la falta de cohesión social, la pérdida de respeto a la autoridad, los desvaríos de nuestra vida política.

En sus carnes, porque son ellos los que dan la cara ante las manifestaciones de Ferraz, en las autopistas colapsadas por    tractores de la buena gente del campo, en las vallas de Ceuta y Melilla o ante los narcos    del Estrecho. Ya fueron blanco preferido de los asesinos de ETA. Y con sangre sudor y lágrimas, supieron infiltrarse en sus estructuras y derrotarlos en campo abierto. Imagino lo que sienten cuando les ven ahora autoproclamados vencedores y su modelo político tenga posibilidades de contagiar Galicia, con lo que el carácter disolvente de nuestras nuevas estructuras políticas se extendería peligrosamente por España como nuevo cantonalismo. Sus principios: ni agua al vecino sediento, chantaje económico permanente y reclamación de deudas históricas a un Estado adeudado al límite; muros, grietas, vallas. En consecuencia, descalificaciones, mentiras, desencantos, crispaciones, insultos, violencia. Solo quedan ellos para hacerles frente. No nos extrañe que sus condecoraciones tengan forma y nombre de cruz.

Son los que eligieron una profesión vocacional, sabiendo que su trabajo no sería fácil. Mas cercanos e influidos por la vida política que los militares, con dependencias no solo ministeriales sino más próximas de delegados del Gobierno y cambiantes directores Generales extraídos también de círculos políticos inmediatos al Gobierno de turno, viven constantemente la falta de un rumbo fijo al que adaptar su conducta, cuando ni siquiera consiguen tener unos sueldos equiparables a las nuevas policías autonómicas, mimadas por sus gobiernos regionales.

Pero su vocación de servicio y la disciplina que entraña -su grandeza- les llevan a disolver manifestaciones    cuando muchos de ellos seguramente coinciden en sentimientos con los manifestantes; también a vigilar las vallas fronterizas con la perenne    incertidumbre de saber si aquella madrugada serán violentamente asaltadas con conocimiento y consentimiento    de Marruecos o por último, salir al encuentro de potentes lanchas sin saber si a bordo llevan narcotraficantes o asesinos. Demasiados días escuchan al salir de casa: ¡cúidate!; ¡llama en cuanto puedas!.

Todo, todo sería asumible, incluido el sacrificio, si sintiesen el calor y el respaldo de su sociedad. ¡Ya saben dónde perdió el Ejército Norteamericano la guerra del Vietnam!: aparte sus errores tácticos y estratégicos, la perdieron por su opinión pública.

Y este es nuestro gran drama: la perdida de apoyo social que refuerce el principio de autoridad. Decía Ortega y Gasset: «lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección del Ejército -lo que transfiero en este caso a las Fuerzas de Orden Público-mide con pasmosa exactitud los quilates de moralidad y vitalidad nacionales». ¿Qué moralidad puedo atribuir a los salvajes que en el puerto de Barbate jaleaban a unos narcos que se valían de su superioridad material para asesinar a unos servidores nuestros? No me sirven las comparaciones de medios materiales. La misma Guardia Civil de Tráfico, tiene ciertamente medios veloces, pero nada podría hacer contra un camión de 30 toneladas conducido por un asesino que quisiese arrollarles en un control. Es fundamental su autoridad. ¡Este es el gran problema! Y una política cainita que no reconoce adversarios sino enemigos, es responsable de lo que pasa, porque se diluye en luchas internas, no la ejerce con sentido de Estado. En la zona del Estrecho superponen responsabilidades Aduanas, Guardia Civil, Policía Nacional, Armada e incluso radares del Ejército, el propio CNI y en muchos sentidos Exteriores. ¿Están todos coordinados con una verdadera política de Estado?

Esta tribuna, querido lector, estaba inicialmente diseñada en defensa de los 46 policías procesados por la Audiencia de Barcelona por las cargas del 1 de octubre de 2017. Por supuesto la ANC y Omnium pedían muchas más. Se organizaron para captar videos y anotar números de identificación. ¿Qué buscaban?: justificar su propia violencia extendiendo la policial a toda España y al extranjero; utilizarles como último recurso como rehenes en el chantaje por la amnistía. «¡Que buenos somos, que además los amnistiamos a ellos!». Ellos, los que obedecieron órdenes, que no pudieron alojarse en hoteles catalanes, que carecían de órdenes claras y recibían insultos y clara violencia -tres policías sufrieron heridas graves y siguen con secuelas- llevan cerca de siete años sometidos a una particular y excesivamente cautelar Justicia.

¡A todos ellos mi homenaje, por la grandeza de su servidumbre!

Artículo publicado en «La Razón» el jueves 15 de febrero de 2024.

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