Cuando ya has dado la vuelta al mundo diez veces, al tuyo me refiero y todavía sigues haciéndote preguntas tan trascendentales como no saber dónde estás exactamente, es para hacérselo mirar. Sin embargo también llevan algo de razón quienes dicen que tanta vuelta desorienta, que para llegar a esa conclusión habría sido mejor quedarse quieto, donde estabas al principio, ser un simple espectador de ese maratón a vida o muerte antes que participar.
Cuando sabes que no eres dado a los números, que dices que tú eres más de letras, meterte a correr intentando pisar los talones a un sinfín de semejantes tuyos y que a los pocos metros sabes que van a ser ellos quienes van a pisarte los tuyos y reza porque no des de narices en el asfalto, que te cuelgan precisamente un numero a la espalda sí, uno de esos números que tanto odias, sin darte cuenta si has llegado voluntariamente ahí o algún malvado te ha dejado en cabeza de salida a la espera de la foto y del pistoletazo, ese conocido sonido a pólvora olímpica que tu, iluso, hasta has pensado que los chinos la habían inventado para ti como una salva a esa soñada proeza.
Créeme, solo las carreras de caracoles tienen algo de sentido porque no compiten contra nadie, se detienen el tiempo que quieren, no saben de metas y se pegan una señora siesta en su viscosa y mullida baba.