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Contigo mismo

Guerra Civil, (cine en los institutos, ¡ya!)

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No. No te refieres a esa guerra, la vuestra, asquerosa a partes iguales y que algunos malnacidos se empecinan en eternizar sectariamente, sino a «Civil War», la película de Alex Garland. La cinta, aclamada, y con razón, por la crítica, incluso por la más exigente, tuvo sin embargo un fallo que le era ajeno: su campaña promocional. Muchos –entre los que te encuentras- pensaron, tras ver algunos avances, que la obra sería, simplemente, una de esas en las que únicamente cuentan los efectos especiales, el verismo del sonido, la violencia desmadrada y un guion hueco a modo de pretexto para lo anterior.

El hecho de que las sinopsis hablaran de una contienda fratricida en Estados Unidos provocada por unos estados que pretendían su secesión no hacía más que abonar esa percepción. Pero como solía señalar el inolvidable y no olvidado Alfonso Sánchez, «la única manera de ver buen cine es tragarse mucho cine malo». Y saltó la sorpresa. «Civil War» es una obra perfecta. Sin ir más lejos, el más que exigente crítico de Acción, Jesús Usuero, concluía su comentario sobre el film con las siguientes palabras: «Para olvidar: nada (…) En conclusión: una poderosa película sobre la guerra. Una maravilla».       

¿Qué es, pues, «Civil War» y en qué os atañe? Adviertes a los lectores que vas a desvelar datos sobre su argumento, incluso sobre su final. La trama es aparentemente sencilla: cuatro personajes cruzan en coche gran parte de Estados Unidos (que vive una guerra civil) con el fin de llegar a Washington D.C. y conseguir una gran exclusiva periodística: recoger las últimas palabras del Presidente antes de ser asesinado e inmortalizar su «ejecución» en una fotografía.

Las fuerzas leales a la Presidencia están perdiendo la contienda y ese es el desenlace que auguran –y anhelan- los protagonistas del film. ¿Quiénes son? Un corresponsal de guerra, un anciano articulista, una fotógrafo ultra galardonada y su becaria, una joven inicialmente tierna y sensible… «Civil War» –en realidad una crudísima «película de carretera»- narra y describe ese viaje. El que Garland aprovecha para mostrarnos, con una dureza en ocasiones insoportable, el horror de la guerra y la maldad extrema del hombre cuando deja escapar a sus Hyde personales.

La falta de empatía ante el dolor, el sadismo que se desboca cuando no hay cortafuegos, la constatación de que para ir al infierno no es preciso morir y un sinfín de elementos trágicos más dibujan un lienzo que os muestra el verdadero rostro del hombre: el de un monstruo. A eso habría que añadir el desgarrador proceso de insensibilización que irá viviendo la fotógrafo becaria: una muchacha que se horroriza ante los primeros cadáveres y que acabará preocupándose únicamente por su cámara y de que ésta pueda captar con arte el segundo último de un presidente en el momento de su asesinato, resultándole todo ya indiferente, incluso el que, a escasos metros, yazca el cadáver de la otra fotógrafo, su mentora…

Y por si esa insensibilización no fuera suficiente, el guion de Garland añade un complemento tan repugnante como aterrador: el periodista logra paralizar la ejecución del presidente durante algunos segundos. No por razones humanitarias, sino para conseguir de él un titular, unas últimas palabras en exclusiva. Una vez conseguido/conseguidas el corresponsal se apartará y asistirá, impasible, a la muerte del reo.

A pesar de su extrema dureza, a pesar de que en la película no hay resquicio alguno para la esperanza, «Civil War» debería ser proyectada en los institutos. ¿El público? Los alumnos, acompañados por sus padres que ejerzan como tales y tutores. Tras la proyección, quizás convendría incluso abrir un coloquio    para evidenciarles a los chavales a dónde conduce la violencia y qué puede esperarse de ella. En palabras un tanto alteradas del propio Garland, hacerles reflexionar «sobre el precio que ha de pagarse cuando las personas permiten que sus monstruos interiores salgan, libres, a la luz de una superficie aterradora». Aprender a que lo que refleja una foto, un acto de extrema inhumanidad, no merece ser, a la postre, fotografiado…

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