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Complicarse la vida

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Hace ya varios años y deseoso de complicarme un poco la vida, intenté fabricar hidromiel casero según la receta de Columela (Lucius Junius Moderatus Columella), naturalista hispanorromano del siglo I, autor del tratado agrícola en doce libros De re rustica y abuelo por tanto de todos los peritos agrónomos del mundo. El hidromiel es la bebida fermentada más antigua del mundo, bebida de dioses previa al vino y la cerveza, y si hay que seguir las recomendaciones del pensador Ferlosio, cuya obra completa puede resumirse en la pregunta Cómo podría yo complicar esto, mejor un fermentado que se beba. Ah, los fermentados. Qué prodigio, qué regalo del cielo. El hidromiel es el más célebre y el más sencillo, pues solo consiste en agua y miel, y aunque intervienen levaduras, eso no lo sabía entonces Columela, gaditano muy amigo de Séneca, ni siquiera lo sabían en el propio Valhalla. Así que hay que mezclar, removiendo bien, tres partes de agua y una de miel salvaje (aproximadamente, a más miel más alcohólica será nuestra hidromiel), y dejarla luego al sol durante cuarenta días. Con paciencia, ingrediente básico de todos los fermentados, y de todas las cosas que valen la pena.

El bueno de Columela complica algo el asunto exigiendo agua de lluvia de dos años, lo que equivale a mucha más paciencia, aunque no tanta como la que necesitaban los chinos de la dinastía Ming para elaborar los mejores tés imperiales, a la altura de sus extraordinarias tacitas de porcelana. Agua de lluvia de tres años recogida resbalando de las flores del ciruelo. ¡Excelsa complicación! Y aquí hay que advertir que si complicarse la vida es la única tarea sensata en este mundo, también conviene saber cuánta complicación nos podemos permitir. Cuánta paciencia habría que tener. Lo reflexioné unos días y usé agua mineral. Quizá no sería hidromiel digno de los hijos de Ragnar, pero a mí me valdría igual. Y no, no me valió. Ahí me pasé de listo, y como las cosas simples son las que más se complican, o directamente se joden por defecto, por falta de la necesaria complicación, dudo que mi hidromiel fuese hidromiel. Nada que objetar, puesto que lo que yo quería era complicarme la vida. Y eso sí lo logré.

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