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Raons d'esperança

Apostolado de los laicos

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Según la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, todos los fieles cristianos, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. Y en cuanto a los laicos, incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hechos partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, corresponde tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios, en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, a    fin de santificar el mundo desde dentro, a modo de fermento, mediante el testimonio de su vida. Los laicos están llamados al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación en virtud de haber recibido el sacramento del bautismo y de la confirmación. Incumbe a ellos la preclara empresa de colaborar en que el divino designio de salvación alcance a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las partes de la tierra. No existe para el cristiano otra alternativa: procurar la santidad personal y la de sus hermanos.

La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora. El apostolado de los seglares brota de la esencia misma de la vocación cristiana, la cual es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado, reitera el decreto «Apostolicam actuositatem». El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo. Es el mismo Señor el que lo destina al apostolado y lo hace para guiar los hombres hacia Dios, enseñarles la verdad del Evangelio, y corredimirlos con su oración y su expiación. El apostolado no es otra cosa que un servicio. Por nuestras propias fuerzas, no podemos nada en el terreno sobrenatural, pero siendo instrumentos de Dios lo podemos todo porque Él ha dispuesto utilizar instrumentos ineptos. El apóstol, mediante su disponibilidad como instrumento, no tiene otro fin que dejar obrar al Señor y que sea Él quien cumpla su obra salvadora.

El seglar debe hacer apología de la Fe, en su vida normal y corriente, con la doctrina y con el ejemplo. El apostolado de la doctrina está manco si no va acompañado por el ejemplo. Existe un refrán que dice: fray ejemplo es el mejor predicador. El seglar ha de actuar de un modo laical y secular. Su tarea no ha de realizarla en las iglesias, sino en la entraña de la vida civil. De ahí el deber de hacerse presente en todas las actividades de los hombres. El trabajo del seglar se desarrolla cada día en contacto con muchas personas: los parientes, los colegas, lo clientes, los vecinos, los amigos. En cada uno de ellos ha de reconocer a Cristo como a su hermano y así le será más fácil prodigarse en servicio, en atención, en cariño, en paz y en alegría. Quiere el Señor servirse de nosotros, los seglares, para que todos los cristianos descubran el valor santificante de la vida ordinaria -del trabajo profesional- y la eficacia del apostolado de la doctrina con el ejemplo, la amistad y la confidencia, conciliando la comprensión y el respeto hacia las personas con la fidelidad al depósito revelado. Un corazón que arda y queme.

El laico no puede llevar a cabo un apostolado eficaz sin ser muy rezador, encomendándose a la Virgen, Reina de los apóstoles. Y ha de ser muy humilde. El Señor no quiere siervos engreídos, que se complacen en sí mismos; los quiere convencidos de su propia indignidad.

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