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Y además, Juegos Olímpicos

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Probablemente estarán enterados de que además de las matanzas israelitas y ucranianas en curso, y del huracán político de categoría 5 procedente de EEUU, ahora mismo, en un par de días, mientras el mundo se achicharra entre grandes convulsiones, tendremos en París unos muy ostentosos Juegos Olímpicos, concretamente la XXXIII Olimpiada, que mantendrá a medio planeta con los ojos fijos en sus pantallas y embelesados ante las hazañas deportivas de sus héroes. Héroes, cómo no, que provocarán grandes estallidos patrióticos, con himnos y ondear de banderas nacionales, todo ello narrado mediante aullidos por locutores enajenados, pero que en ningún momento descuidan la contabilidad de las medallas.

Un fiestón global, desde luego, porque como saben todas las marcas comerciales, y también la marca España, no hay más héroes que los deportivos, ni más gloria que el clamor de los estadios. Para eso se inventaron los Juegos, como simulacro civilizado de las guerras, a fin de honrar a los guerreros. Muy listos, aquellos griegos, aunque después de inventarlo casi todo, se echaron a dormir y no volvieron a dar un palo al agua. Bueno, es igual, bastante hicieron ya. Y el caso es que esta vez no consigo ponerme olímpico, los juegos me cogen cansado de grandes gestas deportivas, ya que desde que empezó el Giro de Italia hace meses, y luego el Tour recién terminado, solo tengo en la cabeza la imagen del relajado héroe esloveno Tadej Pogacar, de rosa o de amarillo, y no me cabe una hazaña deportiva más. Porque este joven ciclista pirado, además de ser, de largo, el mejor de todos los tiempos, tiene un talento escénico apabullante. ¡Esa manera de cruzar en solitario la meta, brazos en cruz y la cabeza baja, haciendo una reverencia teatral! Formidable. Como el Cristo de Velázquez que tanto fascinó a Unamuno, pero sobre todo, esa imagen cabizbaja es idéntica a la del héroe Aragorn, dado por muerto, abriendo las puertas y penetrando en el Abismo de Helm. Un gesto legendario, y el gesto es lo que importa. Total, que estos juegos parisinos me pillan saturado de glorias deportivas, no me cabe ni un sprint. Creo que contemplaré la actualidad, toda, con cierta olímpica despreocupación.

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