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Preferiría no hacerlo

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El epígrafe de esta última ullastrina de la temporada corresponde a la legendaria frase de la novela «Bartleby el escribiente» del escritor estadounidense Herman Melville (Mobby Dick, entre otras obras), tantas veces repetida en la novela, que acabó haciéndose con la propiedad del título que ha pasado a la historia de la literatura. «Melville prefiere no escribir una novela cuyo narrador prefiere no hacer literatura acerca de un escribiente que prefiere no escribir», bromea José Luis Pardo, mientras, este humilde escribidor de ínsulas baratarias duda entre entonar un mutis por el foro o por seguir dando la tabarra.

Si me estoy liando con el nihilismo de Bartleby es porque todos los años por estas fechas, cuando cierro la temporada de estas ingrávidas ullastrinas, me invaden las dudas metafísicas: «¿Seguir o no seguir?». Y en caso positivo, ¿cómo hacerlo? En otras palabras, pasar de politiquerías de trinchera, dejárselas a los lobos que pululan por el elenco opinativo, o participar en la gresca defendiendo siempre lo que te parece menos malo, el mal menor al que me refería hace un par de semanas. Como Bartleby, preferiría no hacerlo, viviría más tranquilo, pero ¿quiero, debo, puedo, estar tranquilo en un mundo enloquecido? Doy vueltas y más vueltas y decido sistematizar la anual disyuntiva para ver si me aclaro.

¿Es lícito escaquearse cuando guerras y    genocidios (Gaza, qué atrocidad) asuelan el planeta?, ¿lo es declarar tan campante «preferiría no hacerlo» ante la ofensiva      de un trumpismo planetario que pretende dar una vuelta de tuerca hacia el pasado más oscuro? Veamos sobre qué asuntos preferiría no hacerlo (opinar en público)    para vivir más tranquilo (o para disimular mi oceánica    ignorancia, que esa es otra):

- La masificación turística, las ganancias o pérdidas de los restauradores, la carretera, sus embotellamientos, el guadiana de un hipotético desdoblamiento (que vuelve siempre en agosto) y que es seguramente incompatible con nuestro carácter talayótico... Son temas interesantes, pero no tengo opinión clara al respecto.

- España, Cataluña, el eterno problema de su encaje mutuo, no tanto territorial como afectivo. Las relaciones han mejorado tras las osadas decisiones de Pedro Sánchez, un funambulista de la política, pero    parece haber llegado a un punto muerto de no retorno ni avance. La temeridad (¿instinto de supervivencia?) del presidente hace que la estabilidad política española dependa de los votos de siete diputados catalanes escasamente interesados en el porvenir de España como nación unitaria. Too much.

- El mundo de los bulos en el que andamos golpeando a ciegas la piñata hasta que llegue el día (cercano) en que no atinemos a diferenciar verdad y mentira y se nos caiga encima todo el arsenal de fakes puesto en marcha por el señor anaranjado cuando contra todas las evidencias pretendió haber congregado más gente que Obama en su toma de posesión. Allí empezó todo y no se adivina un final sino más bien se intuye la rodadura de una gigantesca bola de nieve si gana el supremo hacedor de una América grande de nuevo. ¡¡Socorro!!

Muchas (demasiadas) cuestiones espinosas y solo se atisba un dato para la esperanza a la hora de dejar en paz al ullastre: la posibilidad de cerrar democráticamente el paso a ese señor del tupé, su amenazante rictus de enojo y su caótica y peligrosa manera de entender el desempeño de la política. La sonrisa abierta de Kamala Harris infunde optimismo, aunque no me fío un pelo de la América profunda.

Y sobre nuestro denostado presidente: hoy mismo he conectado la radio a hora temprana para recibir su saludo desde África, la mano que mece la cuna de la inmigración ilegal. Buena iniciativa, la de actuar en origen, he pensado, la de crear bolsas de empleo circular, esta vez la oposición lo apoyará, pero ni por esas: sale en tromba aventando el etéreo «efecto llamada» y defendiendo las deportaciones masivas, la interceptación de pateras, la intervención de la flota...

La verdad, preferiría no hacerlo...

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