Durante el mandato de Felipe González, mi madre observaba los telediarios y comentaba: «España se está sudamericanizando». Parece que, cuarenta años después, el proceso está completo. Ahora, además de la corrupción rampante, la falta de honestidad de la clase política, la apuesta por lo chabacano, inculto y cutre, el triunfo absoluto de la chapuza y del «todo vale», la ignorancia generalizada y el putiferio público y privado, tenemos los apagones. Al más puro estilo cubano -allí los sufren a diario por falta de divisas y de mantenimiento-, España vivió ayer una jornada que en muchos aspectos nos recordó a la pandemia, en otros a la dana, y al final no se puede evitar establecer una extraña relación con la payasa de la Unión Europea que nos invitó a todos, entre risitas, a proveernos de radio, pilas, linterna y conservas -olvidó mencionar el papel de baño- para sobrevivir a cualquier emergencia durante 72 horas. Ayer se agotaron las anticuadas radios en los pocos comercios que aún las venden. Hubo quien corrió al supermercado a comprar botellas de agua, porque circulaba por las redes la idea de que un apagón más prolongado nos dejaría también sin agua en el grifo. Aunque en España prácticamente todo se toma a cachondeo y en cuestión de segundos surgen memes y chistes, lo que ha pasado es tremendamente serio. Desde Mallorca nos sabíamos a salvo -aunque perdimos la cobertura y, en mi caso, también la posibilidad de informarme a través de la televisión, porque se conecta con el wifi-. Pero teníamos luz y eso hace la diferencia. No quiero ni pensar qué pasaría aquí en un tórrido día de agosto con la isla repleta con dos millones de turistas sudorosos sin poder conectar el aire acondicionado.
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