Roma cae de nuevo. No bajo el yugo de los bárbaros, como en el año 410, sino bajo el asalto de fuerzas más insidiosas: el relativismo ético, la fragmentación espiritual, el nihilismo cultural, la colonización ideológica, el poder tecnocrático y la banalización del mal. En este contexto, la Iglesia vuelve a ser interpelada por la historia. Si el Papa León XIV desea responder a los desafíos de nuestro tiempo, bien hará, como agustino que es, en retomar las enseñanzas de San Agustín en su magna obra «La ciudad de Dios».
Precisamente San Agustín trazó una cartografía espiritual que sigue vigente: la ciudad terrena y la ciudad de Dios, afirmando que no son dos geografías opuestas, sino dos órdenes de amor que coexisten en tensión. Una se funda en el amor de sí hasta el desprecio de Dios; la otra, en el amor de Dios hasta el desprecio del ego. Hoy, esta pugna atraviesa todas las estructuras: la política, la educación, la bioética, la economía y la propia Iglesia.
Inspirándose en San Agustín, León XIV no tendrá que elegir entre progresismo o tradicionalismo, sino entre fidelidad y mundanidad. Su misión no es acomodar la Iglesia al mundo, sino preparar el mundo para la ciudad de Dios y enfrentarse con valentía y prudencia a lo que para mí hoy constituyen los cinco principales desafíos contemporáneos. Veamos:
1. El colapso de la verdad. Vivimos bajo el imperio de la posverdad. La noción de bien objetivo ha sido sustituida por la dictadura del sentimiento. Agustín, que pasó por el escepticismo maniqueo antes de abrazar la Verdad encarnada, enseñó que solo Dios es el fundamento último del conocimiento. León XIV deberá recordar que sin Verbo no hay verdad, y sin verdad no hay libertad. La suerte que tenemos los creyentes es que el Papa elegido ha hecho de la verdad su regla de acción y vida, según cuentan sus compañeros de la orden agustiniana. Yo me lo creo.
2. Combatir la nueva idolatría: tecnología, cuerpo, mercado. Así mismo San Agustín combatió los dioses falsos del panteón romano, León XIV debe alzar la voz frente a los nuevos becerros de oro: la ciencia sin conciencia, la economía sin ética, el cuerpo sin alma. En otras palabras, combatir la tecnolatría si rostro ni alma, ya que esta, no solo no salva, sino que esclaviza y no redime.
3. Desprecio por la vida. La civitas terrena ha olvidado para qué vive. Se multiplican los suicidios, se niega la fecundidad, se legaliza la muerte del no nacido, y la eutanasia. San Agustín nos recuerda que el «alma está inquieta hasta que descanse en Dios». Por ello, el nuevo el Papa deberá ser médico del alma colectiva, no gestor de estructuras terrenales y réditos mundanos para el mantenimiento de privilegios eclesiásticos obsoletos.
4. Acabar con las guerras internas de la iglesia. Como en tiempos de San Agustín, hoy existen herejías modernas, sínodos politizados, divisiones doctrinales. La misión del nuevo Papa León XIV deberá ser unir sin diluir, corregir sin romper, reformar sin secularizar, al igual que hizo Agustín, que defendió la unidad de la Iglesia sin renunciar a la verdad.
5. Paz falsa o justicia verdadera. El santo advertía contra la tranquillitas ordinis del imperio cuando se imponía a costa de la justicia. En nombre de una paz aparente, hoy se callan muchas verdades. León XIV deberá recordar que la paz sin verdad es mentira, y que no hay caridad sin justicia ni misericordia sin conversión.
Ya lo ha hecho de forma clara, y que no deja lugar a duda, en su primera exhortación al mundo, nada más ser proclamado Papa, en que la palabra paz fue el centro de su mensaje dirigido a todo el mundo, creyente y no creyente, pero de manera especial a los mandatarios de la tierra
El nuevo Papa León XIV no debe temer ser minoría: la fuerza de la Iglesia siempre debe ser su unidad, su honestidad y su fidelidad a Cristo, nunca su poder ni su cantidad. Y es que San Agustín no propuso una teocracia ni soñó con restaurar el imperio. Enseñó que la Iglesia debe vivir en el mundo sin ser del mundo, como arca en medio del diluvio, como columna y baluarte de la verdad. Y tal como advirtió Benedicto XVI, «el cristianismo del futuro será probablemente más pequeño, pero más puro». La esperanza no está en el poder, sino en la Cruz. «Dios escribe recto con renglones torcidos», recordaba San Agustín. Y en esos renglones deberá escribir León XIV.
En conclusión: Si la Iglesia quiere responder a los retos del siglo XXI, no necesita modas ni planes estratégicos de marketing pastoral. Necesita volver a los Padres, a los místicos, a los santos, a los mártires. Necesita —ahora más que nunca— a San Agustín como guía. León XIV no puede ser un gestor de la decadencia ni un acomodador de conciencias: debe ser testigo de la Verdad, centinela del Reino, padre del Pueblo fiel.
Como escribió San Agustín en una de sus frases más célebres: «Dos amores hicieron dos ciudades. Examina tu corazón: ¿a qué ciudad perteneces tú?».