Desde una apreciación marcada por el pesimismo podría afirmarse que, diez años después, las fiestas de Sant Joan, una vez diseñado y ejecutado un plan de seguridad, multiplicado el presupuesto para dotarlo de recursos, y triplicado el número de efectivos para velar por su buen desarrollo, tamaño avance no ha bastado para evitar un accidente muy similar al que provocó aquella necesaria transformación.
El fallecimiento de la turista catalana en 2014 marcó un punto de inflexión en la fiesta que derivó en una intervención obligada y decidida para reducir los riesgos superiores, paralelos a la extrema masificación que la caracteriza en este último decenio.
No es de extrañar que el rostro del inspector jefe de la Policía Local, Diego Pastrana, máximo responsable de la ejecución del plan director, reflejara anteayer la pesadumbre por el grave accidente ocurrido de nuevo en los Jocs des Pla, bastante más que «un pequeño lunar», como lo llegó a calificar el alcalde. El mando policial sabe las horas invertidas y el esfuerzo de todos los implicados en el dispositivo de seguridad, para que casi en el último momento se haya visto salpicado, quiérase o no, por el terrible incidente aunque haya sido a causa de la imprudencia personal de la persona herida.
La revisión trianual del plan obliga ahora a una nueva valoración por más que el riesgo nunca desaparecerá dada la convivencia en espacios, cada vez más reducidos, de personas y animales.
Otra cuestión es el debate sobre las restricciones al uso del móvil en Es Pla.En los sanfermines están prohibidos para quienes deciden correr el encierro. No es lo mismo por la naturaleza de los actos estelares de ambas fiestas, pero si damos por hecho que quien acude a Es Pla asume el riesgo de que un caballo le golpee o una avalancha le dañe, limitar el uso del dispositivo reduce el peligro de un despiste fatal. Algo más habrá que hacer.