Dijo un calvo al encontrarse un peine, y eso mismo digo yo y muchos otros lo habrán pensado, cuando al acostarnos y de madrugada desde hace pocos días, una ligera brisa del nordeste ha estado acariciando suavemente nuestras sudorosas pieles, pero teniendo en cuenta que escribo esto en jueves y van a leerme el lunes, no sería de extrañar que todo se nos vuelva como lo de siempre, un simple sueño de verano. Porque el nordeste que ha estado soplando es un vientecillo que no pasa de ser un pariente lejano de nuestra ya casi olvidada tramontana.
Quienes peinamos canas, quienes se las tiñen para engañarse a sí mismo y a su DNI, quienes tienen su azotea lisa como pista de aterrizaje de moscas y más entradas que las que despacha Ocimax en un mes, saben muy bien lo que es una tramontana como Dios manda. Esas que te duraban una semana, que te despeinaban cuando tenías abundante cabello y si no dabas buen peso en bascula, te zarandeaban contra la pared nada más girar la esquina y por eso hay una calle que se llama del Norte y un camino empedrado hacia la entrada del mercado solo para valientes equilibristas.
Incluso se decía que ese fuerte viento potenciaba locuras, pero yo creo que locos nos vuelven toda esa pila de toca narices que soportamos a diario navegando al viento que más les place.