Buenas queridos lectores, ¿cómo les ha ido esta semana de DANA? Sé que muy bien. Aquí nos hemos salvado al final, no así en la península, donde ha caído lluvia torrencial. Parece que ahora estamos más atentos a estos nuevos fenómenos. Que lejos estamos de aquellos veranos en los que a penas caían un par de tormentas de verano que nos refrescaban e ilusionaban. Cantábamos bajo la lluvia literalmente. Hoy nos escondemos. Antes eran bienvenidas. Ahora las tememos. Antes regaban campos, ahora los destrozan, antes provocaban alegría, hoy destrucción y muerte.
¡Cómo ha cambiado todo! ¡Cómo hemos transformado nuestra tierra! Que es al fin y al cabo nuestro hogar. El de todos. ¿Cómo hemos llegado a maltratarlo para que se rebele de esta manera? Sin contemplaciones. A lo bestia. Y quizá tenga razón. Quizá esté ya harta de estos humanos que la explotamos hasta herirla. Que la manipulamos y exprimimos para tener aún mayor confort en una vida presumiblemente idílica, que luego nuestros egos y rápidas mentes plenas de ansiedad se encargan de desvanecer. La tierra dice basta y nosotros parece que hagamos oídos sordos a su reclamo desesperado. Lluvias torrenciales, vientos huracanados, hasta pequeños tornados que hacen temblar al más osado navegante y ya no te digo a un humilde llaüt como yo.
Así que, con la experiencia de lo vivido el pasado 15 de agosto en la Isla, donde la DANA nos sacudió antes de lo esperado y nos provocó daños que todavía perduran, díganselo a vecinos de Cala en Porter o Es Mercadal, traté de ponerme a resguardo y seguir las evoluciones de la misma a través de la tecnología que hoy en día tenemos al alcance de la mano. Partes de AEMET, seguimientos de tormentas a través de aplicaciones por radar, eso sí, en puerto y sin ningunas ganas de salir. Este año nos salvamos por los pelos. Tan solo una noche de mala mar y mucho viento. Nada que un viejo llaüt no pueda soportar. Esa noche, fondeado en Fornells, brindé por una tierra más humana y por una civilización más consciente. Salud y bona proa.