Hace unos treinta años llegaron a España los ‘todo a cien’, un modelo de negocio basado en facturar miles de cacharritos de bajísima calidad a bajo precio. Muchos comerciantes se preguntaban cómo era posible subsistir con ese sistema. El secreto era el número de ventas: millones para juntar unos pocos miles de pesetas. Con el andar del tiempo aquello lo adoptaron los chinos y hoy ya casi son historia porque, efectivamente, no salen las cuentas. A otra escala, ese es el modelo de crecimiento económico que ha escogido el gobierno socialista para que todo el engranaje funcione: un todo a cien gigantesco, basado únicamente en la cantidad. Ocurre con el sector vinícola, donde España es líder en exportación mundial, pero solo en volumen, no por su calidad. Así que desde las altas esferas del Ministerio de Economía han advertido que traer a millones de personas de cualquier parte del mundo también suma, sean como turistas o como nuevos habitantes. El objetivo es sumar, sumar y sumar, de uno en uno hasta conformar millones. Ocurrió lo mismo con la burbuja inmobiliaria de 2007, cuando crecían como setas por todo el país nuevas promociones urbanísticas… que quedaron vacías porque la demanda desapareció. Cuando uno no sabe producir bien tiende a producir mucho… de escaso valor. Nuestro turismo es igual: pasamos de siete a veinte millones de visitantes y en vez de triplicar nuestro bienestar y nuestra riqueza lo que hacemos es destruir todo lo que habíamos conseguido. ¿Para qué? Para que a ellos les cuadren las cuentas a base de sumar. Se llama falta de productividad y es el secreto de la pobreza. Es lo que nos define. Pero nadie ve ahí un problema. Porque arriba siguen cuadrando las cuentas.
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