Pese a todo, Vox gana. Cuando habla y también cuando calla. Sin hacer méritos propios, el PSOE de Cerdán le da votos y el PP de Montoro también. Y cuando afirma que quiere deportar a ocho millones de inmigrantes, las encuestas se disparan y su expectativa de voto supera ya el 20 por ciento.
Un partido que no tiene responsabilidad, es decir, irresponsable, puede decir cualquier barbaridad solo para atraer a los votantes enfadados, a los hartos de los partidos mayoritarios y a los que la democracia y los derechos humanos les importan un pimiento. Quizás ya son mayoría.
Si Vox tiene opción de aplicar las deportaciones, también tendrá que deportar a millones de turistas, porque ¿quién les va a servir la cerveza o les hará la habitación del hotel? Agravará el problema de la vivienda, porque ¿quién va a construir nuevos pisos? Hundirá la pesca local, porque ¿quién se enrolará en una barca de arrastre que ahora tiene la tripulación formada por senegaleses? Cultivar el odio nunca ha dado un fruto bueno.
Por otra parte, con Vox se cumple eso de cuanto peor, mejor. En este caso, la frase completa sería que cuanto peor lo hace Vox, mejores expectativas de voto tiene. En Balears puede darse la paradoja de que después de su nefasta gestión pública y de partido obtenga los mejores resultados electorales de su historia. En Menorca se ha quedado sin cargos en las instituciones. La exconsellera de Vox, Maite de Medrano, está desparecida, callada, no acude a los plenos de Ciutadella. En el Parlament, Idoia Ribas está fuera del partido y se pelea en público con Manuela Cañadas. Prohens saca los presupuestos sabiendo que tiene un apoyo muy poco fiable. Abascal, en lugar de poner orden y contar con Fulgencio Coll para ello, elige a Le Senne para la presidencia de Vox, pese a que es un presidente del Parlament imputado por un delito de odio.
Esto de que la pésima gestión, la corrupción y cualquier escándalo no tengan consecuencias en las urnas es un peligro enorme para los demócratas que sobreviven.