El Consell, en una de sus campañas periódicas para promocionar el producto de kilómetro cero, ha repartido en los mercados agroalimentarios de Menorca unos sombreros fabricados –sorpresa–, en China. A un conseller de la oposición le dio por mirar la etiqueta de la prenda y claro, la mofa hacia la iniciativa estaba servida.
Como pliego de descargo el equipo de gobierno actual defendió que el pedido, de dos mil unidades, había sido realizado a una empresa local, la misma que abasteció de delantales con la marca ‘Made in Menorca’ al Consell en el mandato anterior; delantales que habían sido fabricados en India. Touché.
Gobernantes de cualquier signo político están empatados en la incongruencia de promover la compra de productos de proximidad con otros que recorren miles de kilómetros para llegar hasta aquí. Si hasta las gorras de Trump son chinas.
Resulta que en esa misma contradicción vive una mayoría, muchos productos del comercio local –y más ahora que se ha ido también gentrificando–, quedan lejos de lo que puede asumir el presupuesto familiar. A la par que la noticia del sombrero otra información menos graciosa, basada en un estudio del sindicato Comisiones Obreras, situaba el sueldo para vivir en Menorca en 1.947 euros, 600 euros por encima de lo que gana un trabajador medio.
El coste de la vida, especialmente la comida, la ropa y la vivienda, no ha cesado en su incremento disparatado, así que los malabarismos para llegar a fin de mes dejan muy poco margen, y pese a apreciar y defender el producto local, muchos tienen que mirar más el precio que la etiqueta.
El apoyo a lo producido aquí es imprescindible, pero habrá que dejar de autoengañarse, nuestra dependencia hacia esas llamadas economías emergentes es enorme, además la hemos potenciado. Si alguna vez para negar categóricamente algo se usaba la expresión ‘naranjas de la China’, ahora es posible que los cítricos lleguen de allí, la mar de frescos.