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En torno al anti-trumpismo

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Siempre me ha parecido francamente divertida la expresión «en mi pueblo el más tonto hace un reloj». La presunta arrogancia chauvinista del dicho, en cualquier caso, no acaba de esconder el aviso de que hay más saber y capacidad entre los vecinos del emisor de los que estos aparentan haciéndose los tontos o los despistados. Sin embargo, no dudamos en aplicarnos el cuento, a este lado del océano, dónde, del primero al último, tenemos más cabeza, más sentido común y más entereza moral que el mismísimo presidente de los Estados Unidos.

No se entiende, desde luego, ese empecinamiento yanqui de elegirse ellos mismos sus propios gobernantes: ¡con lo fácil que les resultaría cruzar el charco y ofrecerle el puesto al primer fulano europeo y civilizado con el que se topasen! Pero ellos, nada, erre que erre, sin atender a los sabios consejos de nuestros más sagaces tertulianos, escogiendo a quien les da la gana, incluso a heteropatriarcales, blancos, con algún toque de religiosidad y convencidos adeptos del malvado credo capitalista.

Nuestra larga tradición de anti-americanismo, acrisolada desde la completa derrota del 98 y la pérdida de Cuba y las Filipinas, y la no participación junto a los americanos en las guerras mundiales, caracterizan de forma especial no solo nuestras relaciones con el imperio sino también nuestra valoración de su gobernanza. Estuvimos contra Johnson, contra Nixon, contra Ford, contra Reagan o contra los Bush como estamos contra Trump. Perdonamos los pecadillos de Carter y Clinton con un meneo desaprobatorio de la cabeza y, desde luego, veneramos a Obama, pero las cuentas nos salen francamente negativas.

De hecho culpamos al presidente pelirrojo de tres crímenes enormes e imperdonables para nuestra izquierda: la búsqueda de la paz en Ucrania, la ralentización del libre comercio en el mercado global y el apoyo al pueblo de Israel. Eso sí, sin acabar de dejar claro cuáles son nuestras alternativas a sus propuestas ni cuáles son nuestros motivos para enfrentarlas. Todo lo que haga estará mal por el mero hecho de ser él quien lo haga. ¡No pasarán!

Prometió en su campaña que haría grande a América de nuevo y, aunque no se quede con Groenlandia y el Canal, ni convierta a Canadá en estado, debemos reconocer que la presencia y autoridad del imperio está más vigente que nunca. Ya lo cantaba Rubén Darío en 1905: «Los Estados Unidos son potentes y grandes./ Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/ que pasa por las vertebras enormes de los Andes.» Será por este toque andino por lo que el anti-trumpismo se ha reunido en Chile «la América ingenua que tiene sangre indígena,/ que aún reza a Jesucristo/ y aún habla español» para reforzar la internacional del odio al odio y mostrar su preocupación por la pérdida de credibilidad de la democracia.

Le hacen pensar a uno si esto de la credibilidad no debería arreglarlo uno primero en casa antes de ir por ahí a soltar pomposas obviedades.

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