Con la mayoría de los países mirándose el ombligo, la miserable complicidad de la Unión Europea y el apoyo inquebrantable del payaso de Trump, a quién realmente le está haciendo el trabajo sucio Israel, Netanyahu anuncia la solución final. Dice, con el cinismo habitual, que no quiere anexionarse la Franja, sino acabar con Hamás, y para eso ocupará todo el territorio, hacinará a los dos millones de palestinos en un lugar no concretado e impondrá un gobierno afín a Israel. Tampoco dice nada de los miles de israelitas que están esperando en las puertas de la frontera a que se dé el pistoletazo de salida para colonizarla. Ni habla de cómo y quién reconstruirá un territorio que ha quedado asolado, en ruinas.
En realidad, todo apunta a la anexión, encubierta en su primera fase, y a la erradicación de la población. Por ahora, en el momento de escribir este artículo, están tomando la Ciudad de Gaza y evacuando al millón de personas que allí viven. En cuanto a la eliminación de Hamás, considerada imposible por parte de sus mandos militares, lo que ha conseguido es que no haya un solo palestino en la tierra que no odie al Estado israelita. Qué importa que acabe con Hamás, saldrán otras organizaciones que la sustituyan. Un motivo más para la erradicación.
Lo más probable es que Israel acabe anexionándose Gaza y Cisjordania, pero son ellos los que habrán perdido la guerra. A partir de ahora se les acabó el victimismo del Holocausto y quedarán marcados como los genocidas de este siglo.