La conquista romana de la península Ibérica, como toda conquista, fue brutal. Los impuestos a los que fueron sometidos los pueblos conquistados, el expolio que se llevó a cabo sobre sus recursos naturales, el pillaje y saqueo a sus poblaciones, y las crueles matanzas –a menudo innecesarias– que se practicaron, definen el hecho de que todo imperio se forja con violencia y terror.
Sin embargo, aunque con fuerte oposición –se tardó dos siglos en someter a los hispanos–, la trasformación que se produce a partir de ese momento en la llamada Hispania romana, es enormemente positiva. Esa trasformación, esa romanización, es el embrión de lo que, con el tiempo llegaría a ser una nación, España.
Iberia es un concepto más geográfico que étnico, cuando hablamos de los iberos, estamos incluyendo a todas esas tribus con características propias y distintas entre ellas, lengua, creencias, costumbres, gobierno, etc. Frente a este conglomerado Roma ofreció unidad política, legislativa y lingüística, una red vial y obras de ingeniería al servicio de las comunicaciones y el comercio. Hispania ya no estaba aislada, formaba parte del Imperio y de su influencia cultural y comercial. La romanización dejó en España una huella imborrable. La llegada de colonos procedentes de Roma y otras partes del imperio, y su rápida fusión con los pueblos hispanos, incrementó la población hasta niveles –siete millones de habitantes, se calcula– que no volverían a repetirse hasta el XVI. Nosotros, todos nosotros, somos hispano-romanos fruto de aquella fusión, los visigodos –unos doscientos mil, apenas se mezclaron con nosotros–. Este descubrimiento me sirvió para tomar partido cuando leía los TBO de niño, al comprender que había en mí más de esos disciplinados soldados romanos, que de ese tal Jabato, –y mucho menos de Fideo, claro–.
Pero el nacimiento de nuestra nación no se entendería si a la romanización no le unimos el otro elemento clave, el cristianismo. Cuando cae el Imperio Romano en el 476, su provincia Hispania tiene ya los dos elementos principales que le permitirán y le harán sentirse una nación: su unidad interior y un ideal religioso. A partir de ese momento, la Hispania romana será simplemente Hispania, España -en latín-.
El futuro de los pueblos, como el de los árboles, depende de sus raíces, si estas son débiles, al primer vendaval los arranca. Las raíces de un pueblo la constituyen aquellas características comunes a todos los individuos de ese pueblo, y lo más importante, una empresa común, un objetivo a conseguir, una dirección en la que avanzar.
Nuestra nación tiene sólidas raíces, bien arraigadas pues son profundas de antiguo. Covadonga, siete siglos se tardó en darle forma al árbol. España era un conglomerado, distintas razas, culturas y sobre todo creencias; había que «filtrar», y fue la religión el «elemento diferenciador» –les suena–, obligarles a cambiar de religión les sorprendería tanto a aquellas gentes de entonces, como a las de ahora que le multen por rotular en español ¡en España! Organismo regulador, la Inquisición, que aunque ahora no goce de buena prensa, hay que reconocer que su papel lo hizo a la perfección. Abolida la inquisición, perduran los inquisidores.
Y cuando se culminó la empresa de la recuperación territorial, se cambió la dirección de avance sin cambiar el objetivo, expandir y divulgar nuestra forma de vida, nuestras creencias, al otro lado de los mares.
Isabel la Católica, hombres libres, mestizaje, no hay amo y esclavo, no hay metrópoli y colonia, solo españoles de allí y de aquí, con representantes en las Cortes en igualdad de derechos. El relato … ¡Siempre nos ha faltado marketing!
El árbol perdió frondosidad que no prestancia, le talaron muchas de sus ramas. Los parásitos son ahora el peligro, la carcoma y gusanos que lo corroen por dentro. Cuando los parásitos superan la capacidad de sostenimiento del parasitado, acaban con él, parecería una extraña forma de suicidio, pero no es así, los bichos ya tienen sus huevos en otro árbol. Todo organismo vivo, tiene no ya el derecho sino el deber de eliminar a aquellos elementos que desde dentro del sistema, pretenden acabar con el sistema. Habrá que sanear, habrá que fumigar. Nos queda mucho trabajo por delante.