En Alaska, Putin y Trump se han dado un beso, como el más famoso de la historia, en 1979, entre los comunistas Honecker y Brezhnev. El amor entre ellos y un cierto peloteo repugnante son evidentes. Todos sabemos que besarle el culo a Trump, de lo que él mismo presume, es la mejor forma de conseguir algo de él.
Hay otra. Su personalidad la definen dos personajes de ficción. El pingüino de Gotham y la madrastra de Blancanieves. Donald Narciso Trump necesita un espejo para verse con el premio Nobel de la paz, su máxima ilusión. Creo que el comité del Parlamento Noruego que concede este premio se lo podría prometer si cumple una serie de condiciones. Estas podrían ser algunas de ellas:
- Debe liberar de las cárceles de Bukele en El Salvador a los inmigrantes deportados, pedir perdón a los que no tienen antecedentes penales y si hay algún delincuente proporcionarle un juicio justo.
- Destinar todo el dinero que pensaba gastar en su Riviera turística de Gaza en la construcción de viviendas para los palestinos, después de conseguir que Netanyahu pare la agresión y que los líderes de Hamás comparezcan ante la Justicia internacional.
- Eliminar los aranceles políticos a Brasil y otros países.
- Hacer que vuelvan a Washington los sintecho que está expulsando la Guardia Nacional, para que los que él considera «suciedad» reciban un trato justo de la sociedad.
- Devolver todo el dinero que ha ganado él, su familia y amigos gracias a su «gestión», provocando cotizaciones en la Bolsa con sus volátiles anuncios. Una comisión presidida por el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, estimaría la cuantía
- Volver a encerrar a los que asaltaron el Congreso.
- Dejar libre la Universiad de Harvard.
- Cesar a su secretario antivacunas Kennedy y volver a invertir en salud e investigación. Eso les hizo líderes.
- No cambiar la Constitución para presentarse a las próximas elecciones.
Si cumple todas estas cosas ya no hará falta darle el Nobel porque habrá dejado de ser Trump. Mejor un Oscar de Hollywood.