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Tribuna

La esperanza como camino

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Sobre la imagen de un globo terráqueo suena una voz en off que dice: «Esta es la historia de un hombre que cae de un piso 50 y mientras cae se repite a sí mismo para tranquilizarse, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien». Justo en este momento aparece en escena un cóctel molotov lanzado sobre la esfera terrestre a la vez que la voz continúa diciendo: «Pero la importancia no está en la caída (el artefacto incendiario impacta y estalla), sino en el aterrizaje». Es «La Haine» (El Odio) una película de Mathieu Kassovitz inspirada en las protestas por la muerte de un chico de 17 años de un disparo en la cabeza mientras estaba esposado en una comisaría de policía en París.

Vàclav Havel admitía que durante sus frecuentes visitas a las cárceles del estalinismo checo aprendió que: «La esperanza no es optimismo. La esperanza no es el convencimiento de que todo irá bien, sino la certeza de que hay sentido, al margen de cómo acabe después». Vivimos abrumados por discursos de odio, en una época sin sentido. Torre Pacheco y Jumilla representan un salto cualitativo. La cuestión identitaria se impone en la narrativa del populismo autoritario, con la aquiescencia de la derecha más tradicional. Las dos corren relevos hacia una noche de cristales rotos.

Torre Pacheco fue un ensayo de linchamiento orquestado a través de las redes sociales en una comunidad gobernada por políticos propensos. Maniobras escuadristas con fuego real. En Jumilla se ha hablado de defender la cultura cristiana frente al infiel, como si don Pelayo cabalgara de nuevo. Ni la Conferencia Episcopal está de acuerdo con la exclusión del resto de religiones, ni con el enfrentamiento. Sigilosamente, el nuevo papado apunta hacia un sentido social y pacifista de la acción publica y ecuménica. La prioridad son los jóvenes, quizás el Vaticano sueñe en nuevo centrismo cristiano creciendo desde la base, antagonista de la derecha dura y, a su vez, una alternativa frente a la izquierda.

El experimento murciano es de manual, se combina el poder institucional adquirido democráticamente con la intimidación en la calle para socavar al propio Estado. Se transforma al emigrante en el enemigo interno que amenaza el orden, la convivencia y seguridad nacional. El caldo de cultivo es la frustración que ha generado entre la gente la continua crisis del sistema neoliberal desde 2008. El objetivo prioritario es aniquilar el Estado del bienestar y la izquierda en general. El odio hacia el «otro» conduce a la división de la sociedad y al enfrentamiento entre iguales que debilita la movilización y la solidaridad de clase frente a los problemas reales de la gente. Con ello, el poder cree salir ganado. Ante la violencia de la ofensiva ultra ha aparecido con firmeza el poder coercitivo del Estado y la sensatez de la gente en un ejercicio de empatía y solidaridad contrario al odio. Pero, aunque esto sea importante, hacen falta más cosas para revertir la situación. No se puede negar cierta ambigüedad institucional, en este sentido es significativa la ausencia de posicionamiento público de Felipe VI respecto a los hechos de Jumilla y Torre Pacheco. También hay ambigüedad en lo medios y, incluso, algunos atizan el fuego.

La exclusión y demonización de lo diverso conduce a la glorificación de la uniformidad como falsa forma de igualdad. Se usa el miedo como escudo protector del status quo, cuando es evidente que el dinamismo y progreso social y económico surgen de la existencia de la diversidad. En política, esto conduce al autoritarismo, la derecha está en ello. A la izquierda le falta generar esperanza, en el sentido que decía Havel, instalando la certeza que existe un camino hacia un horizonte, no solamente sabiendo administrar correctamente el sistema y sus macro cifras.

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