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Davall l'ullastre

Quiero aburrirme

| Menorca |

«Soy un entusiasta de la diversión, pero solo en literatura, el cine, la música y la vida personal; en política, por el contrario, soy partidario de un aburrimiento feroz, de un tedio escandinavo (o como mínimo, suizo): la tarea del político consiste en proporcionar a los ciudadanos el suficiente aburrimiento público para permitirles vivir, a cada uno a su manera, una permanente juerga privada…»

No sé usted, amigo lector, pero yo sí comulgo letra por letra, suspiro a suspiro, con la opinión del escritor Javier Cercas, uno de los escasos columnistas que está bien visto, tanto por la prensa adicta al régimen como por los pseudomedios, un yerno perfecto para enmarcar la despedida anual del viejo y paciente árbol centenario, que lleva alrededor de cincuenta años soportando los efluvios (¿miasmas?) de mis ocurrencias veraniegas, una especie, en fin, de toccata y fuga para que la movida invernal me coja con las baterías repletas de energía (ironía, más bien).

A los esforzados lectores de dietarios y ullastrinas (veintitrés, según la última encuesta de Tezanos, créanle), no les sorprenderá mi querencia por el aburrimiento público, porque como he apuntado más arriba, coincido plenamente con Javier Cercas: me gustaría gozar (dentro de un orden) de una democracia a la suiza que no me causase sobresaltos en los despertares, quisiera aburrirme como un ciudadano nórdico, sin tellados ni puentes, cerdanes ni montoros. Ya sé que sus señorías de los márgenes no me harán ni repajolero caso, enfrascadas como siempre en tratar al oponente político como enemigo y no como lo que debería ser: un simple adversario.

Aspiro, por tanto, a una democracia en la que aprobar los presupuestos sea la norma, y su bloqueo, la excepción, un Congreso en el que abunden los buenos oradores como lo han sido el vasco Aitor Esteban, el catalán Gabriel Rufián o la popular Cayetana Álvarez de Toledo (creo que estos dos últimos harían buena pareja). Como sabemos que no van a hacer aportaciones trascendentales, ni tan siquiera útiles, por lo menos que sean ingeniosas (ideologías al margen, los tres son buenos en el palique), y aderezadas en lo posible por alguna que otra rajoyina con sus legendarios trabalenguas del tipo «muy españoles y mucho españoles» o el mítico «es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde», que ha entrado con todos los honores en la antología universal de frases laberínticas.

Y por estos lares, algunos asuntillos anuncian un otoño caliente: el de los balances turísticos, saturación sí, saturación no, el de los jóvenes y la vivienda, causa principal de su desafección política, la pertinaz sequía, que se decía en tiempos franquistas, con sus connotaciones en los acuíferos, y, cómo no, el de la carretera incorrupta en el que unos priman la seguridad, dicen, y otros la estela de la Menorca talayótica. ¿Acaso no son temas de suficiente enjundia como para para urdir un pacto de Isla que acabe con este folletín? De momento, le UNESCO se muestra preocupada por el futuro de una Menorca talayótica por la que tanto se ha luchado. Y también muchos de sus ciudadanos que no comprenden la necesidad de una macro rotonda en Rafal Rubí.

En fin, que se nota que septiembre ya está aquí y se empiezan a calentar las neuronas. No me extraña: entente ruso-chino-india, con pomposos e inquietantes desfiles; ayer mismo, amenaza directa de Trump a Venezuela mientras persiste en su delirante aspiración al Premio Nobel de la Paz, el interminable y sangriento calvario gazatí, la heroica resistencia ucraniana al invasor ruso… Si a ello añadimos la reaparición de Puigdemont y el aquelarre judicial en España, las oportunidades de aburrirse declinan absolutamente. Por si fuera poco, resurge nuestro guadiana particular: ¿Festes de Gràcia o Festes de la Mare de Déu de Gràcia? Para evitarme problemas, deseo de corazón Bones Festes a tothom. Así igual consigo aburrirme unas semanas más y vuelvo en octubre curado de espantos.

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