Faltan menos de dos años para las próximas elecciones y los partidos empiezan a calentar motores. Se detecta cierta urgencia por parte de la derecha, que siente que debe estar preparada para el pistoletazo de salida en cualquier momento. Su líder, Alberto Núñez Feijóo, hace ya tres años y medio que abandonó su indiscutible reinado gallego con el objetivo de conquistar la Moncloa y se dio con un canto en los dientes. Desde entonces no ha conseguido encontrar el punto. No conecta con los españoles. ¿Será que resulta demasiado gallego? Desde la calle se le percibe frío, cursi, alejadísimo de los problemas reales de la gente, ansioso por triunfar, un poco histérico y con cero carisma. Con esos mimbres será difícil alcanzar la posición que desea.
En una España bipartidista lo tendría más fácil, porque entre Guatemala y Guatepeor no hay demasiadas opciones. Pero desde hace una década el Parlamento es una jaula de grillos, al estilo francés, poblada por partidos de todo pelaje, minoritarios, chillones, nostálgicos del franquismo, independentistas… hay que lidiar con muchos. De eso sabe algo Pedro Sánchez, que pese a su descalabro personal, sigue emperrado en terminar lo que ha empezado. Las encuestas revelan esta realidad: Feijóo no despega y muchos de sus votos vuelan hacia su peor enemigo: Santiago Abascal. España está más crispada que nunca, las redes sociales estallan, los problemas sociales se acumulan y nadie parece estar al timón. Las propuestas del PP apenas tienen eco y el único discurso contundente que funciona es el racismo de Vox. Las encuestas cambian, el electorado es voluble, pero quedan menos de dos años y, si nadie lo remedia, en 2027 los ultras secuestrarán a la derecha.