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Suerte

| Menorca |

«¿Tiene Vd. suerte?», le preguntaba Napoleón a sus generales, confiando en ella más que en las cualidades de ellos. La suerte no existe, dicen algunos, lo que existe es la ocasión en la que coinciden oportunidad y preparación. Aquel que, sin estar en el lugar y en el momento justo, y lo que es peor, sin contar con la preparación adecuada, confíe en la suerte, no es más que un ingenuo, y el que ponga en sus manos la decisión, un insensato.

Para los estoicos no existe la suerte ni el azar, todo obedece a una razón lógica; por el contrario, los epicúreos creen que existe la suerte, el azar no sujeto a leyes matemáticas, un resultado al margen de las estadísticas, de la probabilidad, la «chorra» que dicen los jóvenes -otros la llaman «baraca»- Esa suerte es personal, te acompaña, y aquel que la goza lo sabe, audaz y hasta temerario coquetea con el peligro convencido de que la suerte premiará su atrevimiento. ¡Por esta suerte preguntaba Napoleón! Sorprendente, considerando su personalidad más estoica –racional– que epicúrea –imaginativa–

La suerte, como todo en el mundo heleno, tiene su propio dios –diosa en este caso– Tique es su nombre, Fortuna la denominaron los romanos; se la representa como una joven con los ojos vendados -por la supuesta imparcialidad-, y portando una cornucopia de la abundancia. ¡Pero cuidado¡ aunque la cornucopia siempre figura volcada derramando, no siempre depara fortuna, también te puede ser adversa y derramar desgracias.

La guerra en el XVIII era el deporte de los reyes, los conflictos no era entre naciones, sino entre monarcas, se combatía por un fin concreto –un territorio, una línea comercial, etc.– nada que ver con ideologías. El juego, demasiado complejo y caro como para manejarlo amateurs, quedaba en manos de profesionales. Los generales, independientemente de su país de origen, se contrataban para dirigir las piezas del juego. Algo así como ocurre hoy en día con los entrenadores de fútbol, a los que nadie considera traidores por dirigir un equipo de un país distinto al suyo contra uno de su propio país.
2 ¿Es necesario que un general, como un entrenador de futbol, tenga suerte?, sin duda es deseable, aunque a menudo basta con que no sea un insensato y dirija con lógica –y amplios conocimientos, sin duda–. Solo que en estos casos, al igual que su rival, no dependen solo de la fortuna, del azar, dependen el uno del otro. ¿Por perder un partido hay que defenestrar al entrenador?, él no lo hizo mal, simplemente el otro lo hizo mejor, y Tique tenía que elegir bando, ambos tuvieron suerte, pero solo uno de ellos buena. Vaya por delante que mis conocimientos sobre fútbol no son escasos, son nulos. La mitología describe innumerables ejemplos donde siempre, en el enfrentamiento entre los hombres, los dioses han tomado partido y constituido bandos, hasta el punto de que el resultado del enfrentamiento dependía más de las rencillas entre dioses que de las capacidades de los hombres, meros peones del juego –hay que reconocer que con las religiones monoteístas se perdió emoción.
Yo no soy supersticioso, eso da mala suerte; pero procuro no pasar bajo un andamio «lo más blando que te puede caer, es un albañil» que dijo el maestro Curro Romero. Todas las religiones tratan de dar explicación a esa parte no racional de nuestro destino, al azar, a la suerte. Respeto todas las religiones –a decir verdad todas no, solo las que predican el amor–. Aunque por formación y convicción soy católico puedo llegar a entender a un agnóstico. Pero he visto a declarados agnósticos, ante una situación vital comprometida –y he estado en algunas– persignarse; en cierta ocasión uno vio como yo sonreí ante su gesto –un poco mecánico–, «por si acaso», me dijo, quizá no fue más que una invocación a Tique. Siempre que lanzamos la moneda al aire estamos en sus manos, que sea favorable o no, es otra cosa. Siempre nos quedará la fe, aunque ¿alguien sabe de alguna montaña que se haya movido? «Yo tengo mucha suerte, pero toda mala», que dice mi colega Tomeu.
Pd: Iba a escribir sobre la mala suerte del Almirante Byng en su aventura menorquina de 1756, pero me lié. Otro día.

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