La democracia y la dictadura son antónimos. Considerarse demócrata y defender el franquismo es pura incoherencia. En nuestras sociedades líquidas uno de los problemas más graves que existen es que los ciudadanos informados y críticos, preocupados por el progreso colectivo, cada vez brillan más por su ausencia. La democracia necesita una ciudadanía mínimamente comprometida e informada, y esta exigencia no debe confundirse con cuatro consignas y cinco voceros ignorantes que intoxican y polarizan un debate público absolutamente empobrecido y anémico.
La transición se hizo sobre la base de la reconciliación y la concordia. Pasar página no quiere decir olvidar. Los humanos somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y si lo hacemos es porque no aprendemos lo suficiente de nuestros errores. Desconocer el pasado es una de las fórmulas más rápidas para volver a fracasar.
La instrumentalización partidista y parcial de la memoria histórica por parte de la izquierda puede y debe ser denunciada. Ahora bien, blanquear un golpe de Estado y una dictadura es inadmisible. Cuando el PP no tiene claro si está a favor o en contra de la ley de memoria histórica nos está lanzando un mensaje absolutamente inquietante: los valores se pueden cambiar por simple tactismo. Mal, muy mal.