Desde su casa familiar en la costa mallorquina, Ana Obregón ha compartido unas de las declaraciones más personales de los últimos meses. La actriz y presentadora ha abierto las puertas de El Manantial a la revista ¡Hola! para hablar del proceso, largo y emocional, de desprenderse de la que ha sido su segunda casa durante décadas. Una vivienda única, situada frente al mar y construida por su padre, que lleva casi un año en el mercado por 35 millones de euros.
«Sí, me da muchísima pena. Va a ser difícil y duro, pero entiendo a mis hermanos», reconoce Obregón, al hablar del inmueble, que ha sido testigo de la historia de toda una familia. «Es un lío mantener una casa tan grande y, sobre todo, con una carga emocional tan enorme, porque la construyó mi padre», asegura la polifacética presentadora.
La casa, ubicada en un enclave privilegiado con acceso directo a la playa, ha acogido durante años los veranos más especiales de Ana junto a sus padres y, especialmente, con su hijo Aless Lequio. «Cuando estoy aquí, veo a mi hijo correteando por sus pasillos y cada rincón tiene su nombre. Sinceramente, también duele estar aquí», confiesa.
Pese a que la decisión de vender no ha sido fácil, Ana explica que ha sido tomada en consenso con sus hermanos, aunque ella es la única que guarda reservas. «Ellos no dudan. Yo un poquito, pero somos cinco y hay que respetar», señala. Aunque la propiedad ha recibido visitas de potenciales compradores, Ana asegura que aún no hay nada cerrado: «Ha venido gente a verla, pero españoles ninguno, solo gente de fuera. Estamos estudiando varias ofertas».
A la inevitable pregunta sobre qué hará cuando El Manantial ya no esté en manos de la familia, Ana responde con serenidad: «¡Buscar otro sitio! A mí me gustaría Mallorca, porque es como mi segunda casa, pero también estoy muy enamorada del norte, por ejemplo, Cantabria…».
Con la posible venta de esta emblemática vivienda, Mallorca podría despedirse pronto de una de las casas más reconocibles y emotivas del panorama nacional. Para Ana Obregón, será un adiós lleno de recuerdos, pero también un paso hacia adelante en su proceso de reconstrucción personal.
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