La siesta, una práctica común en muchas culturas -emblema de la española-, ha sido objeto de estudio para determinar sus beneficios y posibles desventajas. La ciencia respalda varios aspectos positivos de la siesta. Dormir entre 10 y 25 minutos, conocida como «siesta energética», puede mejorar la alerta, el rendimiento y la memoria sin interferir en el sueño nocturno. Estos breves periodos de descanso ayudan a reducir la fatiga, mejorar el estado de ánimo y aumentar la productividad. Además, una siesta de 90 minutos, que abarca un ciclo completo de sueño, puede ser beneficiosa si se anticipa una noche corta de sueño. Esta duración permite a la persona alcanzar el sueño profundo, esencial para la reparación y la regeneración del cuerpo.
Sin embargo, no todas las siestas son adecuadas. Dormir más de 30 minutos puede llevar a la inercia del sueño, causando aturdimiento y dificultando el sueño nocturno. Esto se debe a que el cuerpo entra en fases más profundas del sueño, lo que hace que despertarse sea más difícil y menos refrescante. Por lo tanto, es crucial encontrar el equilibrio adecuado en la duración de la siesta. La mejor hora para una siesta suele ser después de comer, alrededor de las 15h, momento en el que el cuerpo naturalmente experimenta una disminución en la alerta.
Es importante recordar que la siesta no es ideal para todos. Algunas personas pueden tener dificultades para dormir durante el día o pueden sentir efectos negativos como desorientación o interrupción del sueño nocturno. Las personas con trastornos del sueño o insomnio deben consultar a un especialista antes de incorporar siestas en su rutina. Si se practica de manera adecuada, la siesta puede ser una herramienta valiosa para mejorar la salud y el bienestar. Integrar siestas cortas y estratégicas puede ofrecer beneficios significativos, siempre y cuando se realicen en el momento y duración adecuados. Para aquellos que buscan maximizar su energía y rendimiento diario, la siesta, con moderación, es una opción a considerar seriamente.