El momento en que ERC y Junts dejaron sola a la CUP en el Parlament de Cataluña agitando la bandera del referéndum unilateral no es menor. Ejemplifica bien el rumbo del nuevo camino emprendido por el expresident Carles Puigdemont, un rumbo que este mismo jueves, tras la rúbrica del pacto de investidura o legislatura –ya se verá–, fue aplaudido por los propios republicanos, su némesis en el tablero político catalán. Ahora Puigdemont regresa a la institucionalidad. Lo hace resaltando al Parlament como única voz autorizada para hablar de presente y de futuro. El camino de regreso al constitucionalismo no será cómodo, pero el exilio tampoco debe serlo.
«No hemos renunciado a nada en este marco de acuerdo», ha asegurado la presidenta de Junts, Laura Borràs, que ha radiografiado que el «giro copernicano lo ha dado el PSOE» por imperativo de los soberanistas y de sus urgencias para repetir al frente del Gobierno. Junts, dice, «no renuncia a la unilateralidad» y «solo trabaja por la independencia», mientras que «el PSOE ha renunciado a planteamientos» que defendía antes, como cuando sostenía que «la amnistía era inconstitucional e inviable». La lectura de consumo interno choca con la realidad expuesta hace tan solo unas horas en la cámara catalana, y no solo con eso.
A Puigdemont se le revuelven sus filas más radicales, y eso es signo inequívoco de que la situación se ha removido de verdad. De los primeros en señalarlo fueron fuentes de la ANC. Este viernes la exconsellera, actual eurodiputada de Junts y compañera de exilio, Clara Ponsatí, ha lamentado que el pacto con Sánchez «es un menosprecio a la gente que ha confiado y le ha protegido», «una humillación para el país que costará de remontar», y ha lamentado que el precio a pagar sea la renuncia a la autodeterminación. Para Ponsatí, lo mejor del acuerdo entre PSOE y Junts es que clarifica las cosas, y ha señalado que hace mucho tiempo que ni ERC, ni Junts, ni la CUP ofrecen a los catalanes alternativas «fuera de sus batallas para controlar esta o aquella institución, para mantener su dosis de control y de visibilidad».
La mutua desconfianza fue uno de los elementos coincidentes en las dos ruedas de prensa que este pasado jueves anunciaron desde Bruselas que Sánchez rozaba con los dedos los votos suficientes para volver a gobernar. La constatación de que los puntos de partida son muy distantes se antoja un acierto, lo contrario sería autoengañarse y mentir a la ciudadanía. Ese viaje al centro del constitucionalismo de Puigdemont tiene que ver también con la urgencia. La del soberanismo por pasar de pantalla y adoptar otras discusiones alejadas del procés. Y la de Sánchez de retener el poder, pese a soliviantar con sus gestos a un buen número de militantes propios.
Solo el tiempo dirá si ese movimiento es circunstancial o ha venido para quedarse. Si supone una ida para no regresar más a la unilateralidad, o todo se circunscribe a la fría transacción de perdón a cambio de siete votos en una votación concreta. Sea como fuere, la legislatura que se presta a arrancar penderá de un hilo, todo sujeto siempre a la votación ajustada, casi milimétrica. A que ningún diputado se enferme de imprevisto, o se quede atorado en un atasco, mientras las derechas mediática, social y judicial siguen a lo suyo, marcando terreno.
Qué duda cabe que la inflamación interna es significativa. Este pasado jueves por la noche 8.000 personas se manifestaron frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, y otros miles más lo hicieron en distintas sedes repartidas por la geografía española. El descontento manifiesto de parte de la sociedad española contrasta no obstante con algunas lecturas que provienen del exterior. El británico Financial Times, poco sospechoso de izquierdista, aventuró hace unos días que, pese a los peligros y obstáculos, la amnistía para los independentistas catalanes puede ser un pilar fundamental para el acuerdo de investidura. Un acuerdo que «indigna a muchos, aun furiosos por lo que consideran una deslealtad». «Sánchez no seguiría por este camino si su cargo no estuviera en juego» añadía antes zanjar con que el dirigente socialista «está arriesgando mucho». El liberal 'The Economist' va más allá en su defensa de Sánchez: «No es el estafador amoral y ávido de poder que describen sus oponentes». El referente entre los próximos al liberalismo económico enmarca la «furia de la derecha» en la continuidad del socialista en el poder.