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Berlusconi y la política del escándalo: del Bunga Bunga a los tribunales

Silvio Berlusconi motivó amores y fobias casi a partes iguales entre los italianos. | Efe

| Roma |

Hubo un tiempo en el que Silvio Berlusconi, fallecido este lunes a los 86 años de edad, se creyó todopoderoso. Las urnas le sonreían, los negocios también y acabó envuelto en un sinfín de polémicas resumidas en dos palabras ya populares: «Bunga Bunga», un eufemismo que oculta qué ocurría en sus famosas fiestas.

La vida de Berlusconi dio un quiebro en 1994 al concurrir a las elecciones generales al frente de la derecha. Su triunfo marcaría el inicio de tres Gobiernos (1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011) y la instauración de un protagonismo indiscutible. Había llegado el «caimán» de la política italiana, por emplear el término con el que le bautizó el cineasta Nanni Moretti, un animal siempre pronto a la batalla contra sus muchos y crecientes rivales y que hizo del escándalo una auténtica forma de vida.

Mientras Berlusconi, condecorado «Cavaliere» del Trabajo en 1977, arremetía sin piedad contra sus adversarios con tal de mantenerse en el poder, tenía una agitada vida privada sobre la que se vertieron ríos de tinta en las revistas y diarios de medio planeta. En 1964 se casó con Carla Dall'Oglio, con quien tuvo dos hijos, Marina y Pier Silvio, pero en 1980 conocería a su segunda esposa, la actriz Verónica Lario, con quien se casó diez años más tarde y tuvo otros tres vástagos, Bárbara, Eleonora y Luigi.

La relación con ella duró hasta el 2009, cuando Lario dio inicio una cruenta batalla legal por una pensión multimillonaria estipulada en un primer momento en la friolera de tres millones al mes, reducida después al millón y medio y tumbada por el Supremo hace dos años. Después de treinta años de relación y diecinueve de matrimonio, la actriz le dedicó una frase lapidaria: «No puedo estar con un hombre que sale con menores». En Italia y el mundo todos comentaban las polémicas fiestas que organizaba y que supondrían su ruina política.

Sus mansiones fueron el centro de una vida social en el que nunca faltaron las jóvenes despampanantes en busca de un contacto o un contrato en su emporio televisivo, sobre todo su villa de Arcore, a las afueras de Milán (norte). Fue en esta fastuosa residencia donde Berlusconi se metió en un lío que le seguiría para siempre: el «Caso Ruby». Este era el apodo de la marroquí Karima El Mahroug, con la que el magnate mantuvo relaciones sexuales cuando era menor. La muchacha fue detenida por hurto en 2010 en Milán y Berlusconi trató de liberarla alegando que era sobrina del entonces presidente egipcio Hosni Mubarak.

Al conocerse esta presión, la Fiscalía le acusó de abuso de poder y prostitución de menores. Empezaba su pesadilla. En junio de 2013 el magnate era condenado a siete años de cárcel e inhabilitado para cargo público, aunque fue absuelto en Apelación. El Supremo confirmó su absolución en 2014 al considerar que no tenía por qué conocer su edad, pero certificó que en sus villas se ejercía la prostitución. Las horas de audiencias sacaron las vergüenzas al magnate y a sus poderosos amigos, revelando orgías con muchachas a las que él restó importancia en más de una ocasión tachándolas de «cenas elegantes».

Era el «Bunga Bunga», el término que Berlusconi copió a su amigo, el dictador libio Gadafi, para referirse a esas sesiones de sexo, tal y como desveló la propia Ruby, actualmente en un retiro dorado. Del «Caso Ruby» emergieron varios procesos para aclarar si el político compró el silencio de las chicas que tuvieron que testificar. Estas mujeres explosivas quedaron bautizadas como las «Olgettine», porque cuando acudían a las fiestas residían en un edificio de la Vía Olgettina de Milán, a gastos pagados, eso sí. Pero Berlusconi salió absuelto de todos ellos. Por entonces el jerarca, a vueltas con su segundo divorcio, inició una relación con una «showgirl» napolitana, Francesca Pascale, casi cincuenta años menor que él y con quien estaría hasta 2020. No se casaron, pero al romper le asignó una paga de un millón al año.

Berlusconi, dueño y señor de la política italiana durante casi 20 años para desesperación de la izquierda, ya sabía que parte de su vida sería en los tribunales y denunciaba una «persecución». El 1 de agosto de 2013 llegó su primera y única condena definitiva, la del «Caso Mediaset», acusado de fraude fiscal y que le valió la pena en firme de un año de cárcel que cumplió con trabajos para la comunidad en un geriátrico.

Pero también supuso uno de los momentos más funestos de su vida: su expulsión del Senado y la renuncia al título de «Cavaliere».

El inabarcable historial de escándalos y juicios de Berlusconi, orlado por comentadas operaciones estéticas y el recuerdo sangriento de su ataque con una figurita de la catedral de Milán en 2009, acabó por reducirle a un personaje prácticamente irrelevante en política. Su peso como líder octogenario de la derecha italiana se vio reducido a mínimos por el auge de las nuevas promesas populistas, Matteo Salvini y Giorgia Meloni, aliados de coalición. Berlusconi deja un imperio multimillonario, muchos juicios sin cerrar, un recuerdo imborrable y una novia, la diputada Marta Fascina, de 32 años y más medio siglo más joven que él.

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