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Cómo funcionan las elecciones rusas y por qué Putin tiene atado su triunfo este fin de semana

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Rusia celebra este fin de semana elecciones presidenciales, en las que más de 112 millones de ciudadanos están llamados a votar en los colegios electorales en todas las regiones del país. Aunque en las papeletas habrá varios nombres de candidatos y diferentes opciones políticas, no es ningún secreto que los resultados legitimarán la permanencia de Vladímir Putin en el poder en una victoria que, además, será un plebiscito para continuar con la guerra en Ucrania.

El presidente ruso renovará su mandato por segunda ocasión consecutiva y por cuarta ocasión en total, ampliándolo, al menos, hasta el año 2030. Lo hará en un momento crucial para sus aspiraciones de mantener el control del país, con la oposición agitada tras la sospechosa muerte de Alekséi Navalni en Siberia y con la tensión con la comunidad internacional a flor de piel por la invasión de Ucrania y las amenazas veladas del uso de armas nucleares.

Sobre el papel, Rusia es una democracia con una república presidencialista y semiparlamentaria como forma de Estado. En la práctica, desde la llegada de Putin al poder el país y sus instituciones han sufrido una deriva autoritaria centrada en la concentración de poder del presidente, su control sobre las cámaras legislativas y la configuración del Estado en torno a su figura, algo que blindará apoyado por el resultado de estas elecciones.

Así funcionan las elecciones presidenciales rusas

En la teoría, la Constitución rusa establece un poder legislativo divido entre la Duma (el parlamento ruso, cuyos miembros son elegidos en elecciones) y el Consejo de la Federación (el equivalente al Senado, una cámara de representación), y el poder ejecutivo, ostentado por el Presidente, que es la cabeza del Estado.

La ley establece que el presidente es elegido por sufragio universal, directo y secreto, por una duración de seis años. El candidato debe tener, al menos, 35 años y haber residido permanente en Rusia al menos diez años. Las votaciones se realizan en los más de 80 sujetos federales que componen Rusia entre óblast, krais y territorios autónomos, además de en las regiones ucranianas invadidas por Rusia.

En los procesos electorales rusos, aparentemente democráticos, juega un papel esencial la Comisión Electoral Central (CEC): este organismo define las "reglas del juego" de la campaña y los candidatos que pueden concurrir a las elecciones.

El Kremlin ejercen un control total en las elecciones

En la práctica, Putin y el Kremlin manejan los procesos electorales controlando la CEC: de esta forma pueden inhabilitar candidatos y partidos que puedan convertirse en un problema para retener el poder, y colocar en el resto de partidos afines candidatos de menor entidad que no puedan hacer sombra a Putin.

De hecho, en estos comicios electorales, las distintas candidaturas representan ideologías y políticas similares: todas ellas apoyan la continuidad de la guerra en Ucrania y "colectivamente, alimentan el objetivo de Putin de reforzar su control sobre Rusia durante su próximo mandato presidencial", según explica el experto Callum Fraser a la CNN.

Además, las propias votaciones tampoco ofrecen garantías de la limpieza de los comicios: numerosas organizaciones internacionales y observadores, como Freedom House, advierten de que existen indicios suficientes para hablar de violaciones democráticas como "la compra de votos, la presión sobre los votantes, la 'clonación' de candidatos y el relleno de votos", así como campañas de desinformación y posibles manipulaciones del voto electrónico.

Desde su llegada al poder ha moldeado Rusia para mantenerse en el Poder

No hay, por lo tanto, ninguna posibilidad de que Putin pierda el poder en estos comicios, unas elecciones perfectamente orquestadas para que el presidente revalide su control sobre la Federación Rusa. De hecho, en los últimos años Putin ha maniobrado para se ha encargado de minar las opciones de la oposición de alcanzar el poder y de eliminar la disidencia interna y externa a su poder.

También ha conseguido, desde su llegada al poder en el año 2000, amoldar el Estado y las leyes a su disposición: cuando su segundo mandato expiró, en 2008, pasó a ser primer ministro de Dmitri Medvédev (que había sido el jefe de su Gobierno) antes de regresar a la presidencia en 2012, eludiendo así la limitación de mandatos recogida en la Constitución. Después, amplió la duración de los mandatos de cuatro a seis años, y en 2021 reformó la carta magna para poder seguir en el cargo otros dos mandatos más: eso le permitirá continuar en el poder hasta el año 2036, cuando tenga 84 años.

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