El baño de sangre del 7 de octubre: el día que Hamás engañó al Mossad y a toda la inteligencia israelí

Amanecía en Israel, aquel 7 de octubre de 2023, y una salva inesperadamente virulenta de cohetes, lanzados desde Gaza, despertó a buena parte de la población. No era algo extraordinario, pero a los mandos militares judíos les llamó la atención un detalle: era una especie de cortina de fuego tan potente que parecía esconder algo todavía mayor. Como cuando la artillería soviética machaba las posiciones alemanas antes de un ataque masivo de la infantería.

Y no se equivocaban. Poco después, centenares de terroristas de Hamás y la Yihad Islámica se lanzaron por tierra, mar y aire sobre el vecino israelí. Con lanchas, bordeando la costa. consiguieron coger por sorpresa a la guardia costera judía. Por aire, milicianos en paracaídas y ala delta saltaron la gran valla que separa los dos territorios y por tierra una marea de asaltantes derribó con excavadoras las barreras y tomaron los pequeños acuartelamientos fronterizos.

Todo en cuestión de minutos. Una humillación sin precedentes para el Mossad y los servicios de inteligencia israelíes. Los yihadistas llevaban años planeando su gran golpe. El 11-S de Estados Unidos convertido en 7 de octubre para Israel, el archienemigo. La cuestión, todavía no despejada, es cómo los palestinos pudieron engañar durante tanto tiempo al primer ministro Netanyahu y sus halcones de la coalición de ultraderecha.

Los terroristas hicieron creer, durante años, que ya no estaban interesados en una lucha directa con Tel Aviv. Que estaban muy debilitados y solo una negociación, como la que se mantenía en Cisjordania, podía ser la solución a todos los males gazatíes. En realidad, se armaban en silencio, en la sombra. Mientras excavaban túneles gigantescos, como un tenebroso metro, para que sus soldados pudieran emboscar a las tropas israelíes.

Y, milagrosamente, lo consiguieron. Pudieron guardar en secreto un ataque sin precedentes en el que estaban implicados cientos de palestinos. Y ninguno, durante aquellos preparativos, se fue de la lengua. Una proeza que todavía retumba en los despachos de la inteligencia israelí, que tiene miles de infiltrados en Gaza y Cisjordania.

El ataque, en realidad, fue una carnicería. Los primeros en caer fueron los kibutz, unas comunas rurales aisladas, cerca de la frontera con la franja. Violaron a mujeres, asesinaron a bebés y no tuvieron piedad con nadie. Con sus cámaras Go Pro, los milicianos grababan, uno a uno, los secuestros de ciudadanos israelíes. Cómo subían por la fuerza a una anciana aterrorizada en una moto pilotada por un encapuchado o separaban siniestramente a una pareja de novios, mientras ella imploraba piedad, entre lágrimas.

En unas horas, 1.200 israelíes fueron masacrados y los comandos se adentraron en la ciudad de Sederot, donde hubo combates cuerpo a cuerpo. Ni el Ejército ni la policía reaccionaron a tiempo. La lluvia de cohetes y la violencia desmedida del ataque les pillaron por sorpresa. Días después, todavía apagaban los últimos focos de resistencia palestina. Cuando la guerra en Gaza acabe, Netanyahu tendrá que enfrentarse a un proceso legal por aquella reacción tardía, que abandonó a su suerte a miles de ciudadanos.

Con todo, la barbarie más absoluta se desató en el festival de música tecno Nova, que se celebraba en mitad del desierto, muy cerca de la valla que separa Gaza de Israel. Los milicianos masacraron a los participantes y los fueron cazando en carreteras, escondidos en cunetas o en las cámaras frigoríficas donde se habían escondido. Un total de 360 chicos y chicas fueron asesinados y decenas fueron secuestrados.

Dos años después del 7 de octubre se tiene la certeza de que Hamás sabía a ciencia cierta que la respuesta de Israel sería devastadora. Y que la franja entera, como ha ocurrido, ardería convertida en un infierno en la tierra. Pero en este tiempo han ganado la batalla de la propaganda y nunca se había hablado tanto del sufrimiento palestino como ahora. Israel ha vencido en el campo de batalla; Hamás, en el de la opinión pública.