Egipto, sumido en un estado rayano al pánico, descuenta las horas para la celebración de las multitudinarias concentraciones que pedirán hoy, domingo, la renuncia del presidente del país, Mohamed Mursi.
La violencia en varias ciudades que ha precedido a las manifestaciones del domingo ha disparado la alarma en un país acostumbrado a vivir asomado al precipicio en los últimos años.
Pese a que las señales agoreras se multiplican, en lo único que coinciden todos los egipcios es en que nadie puede predecir cuál será el desenlace de esta olla a presión en que se ha convertido el país que porta la bandera de la primavera árabe.
Desde el viernes, al menos cuatro personas han muerto por los enfrentamientos entre opositores y seguidores del islamista Mursi, entre ellos un adolescente egipcio de 14 años y un estadounidense de 21 años, que perdieron la vida en las cruentas refriegas en la ciudad mediterránea de Alejandría.
Muchas miradas están puestas en el ejército, que lanzó hace una semana la ambigua advertencia de que "intervendrá" -sin decir cómo- si lo considera necesario.
Tanques y blindados se han desplegado en torno a las principales instituciones del Estado, algunas de las cuales serán el escenario de las protestas.
La simbólica plaza Tahrir, epicentro de la revuelta que derrocó a Hosni Mubarak en febrero de 2011, y el palacio presidencial de Itihadiya reunirán al mayor número de manifestantes en El Cairo.