Dos veces ha pisado la prisión hasta completar un año y ocho meses entre los muros del Centro Penitenciario de Menorca. Hace unos días publicó una carta en este diario en la que aseguraba haber salido fortalecido de su paso por la cárcel en todos los órdenes de su vida. No es habitual que un expresidiario vierta reflexiones de su reclusión, sin renegar de ella, como revela Joan Vivó Moll, un ciutadellenc casi siempre risueño y extrovertido, de 52 años, baqueteado por la vida. A todo ello se refiere en esta entrevista y en el trabajo que ha recopilado sobre aquello que aprendió entre rejas.
Usted ha ingresado dos veces en la cárcel. Tras recuperar la libertad ha afirmado que ha sido una segunda oportunidad en su vida. Explíquese.
—No es fácil explicarlo. Es la sensación que uno tiene de dar más valor a las cosas pequeñas, los pequeños detalles (un beso, un abrazo, un gracias, un me alegro de verte…) y apreciar el tiempo que es un valor finito, es decir, no tenemos todo el que nos gustaría y hay que aprovecharlo bien. Más vale poco y de calidad que mucha cantidad de poco valor. Una segunda oportunidad para «reinventarse», para ser más consciente de lo importante de la vida.
¿Cómo puede haber acabado dos veces en prisión por el mismo delito, impago de pensión a su exmujer?
—La mayoría de gente que no sabe de leyes y cómo funciona la justicia es complicado que lo entienda. Lógicamente, sorprende a muchos, pero el sistema judicial español penaliza más al reincidente, aunque sea por delitos poco graves, que a un primer delito muy grave. Fueron procesos largos y entre uno y otro ingreso, hubo siete años de diferencia. Después de la primera, no fui lo suficientemente hábil para evitar el último ingreso. Fue un error mío.
La privación de libertad ha mejorado su vida, ha escrito usted. ¿En qué lo ha hecho?
—En saber dar más valor a cosas que antes no dabas o dabas por sentadas. He mejorado en paciencia, tranquilidad, en aprovechar el presente, olvidar el pasado y no preocuparse mucho por el futuro. Cuando tu vida o parte de ella, en cuanto a tener permisos para salir de la prisión o acceder al tercer grado que permite salir a trabajar y solo acudir a la cárcel a dormir, está en manos de otras personas, que forman el equipo técnico, te centras en las cosas que dependen de ti. Esas sí las puedes controlar, es decir, estar bien anímicamente, ser correcto, ayudar a los demás, ser amable..., y eso es lo que intento hacer cada día.
¿Ha salido usted más fuerte de la prisión de lo que era porque se siente ahora una persona equilibrada y antes no lo era?
—No como ahora. Tal vez antes, cuando algo no me salía bien, me frustraba enseguida o me molestaba y le daba más vueltas a la cabeza. Ahora no. Tengo más tolerancia al error cometido y despejo la cabeza más fácilmente. Tengo un mayor equilibrio en las emociones. Las cosas buenas no son tan buenas, ni las malas tan malas.
Usted no es ni ha sido un delincuente, pero la cárcel es un centro de reinserción. ¿Lo ha sido para Joan Vivó?
—Para algunas pocas personas sí lo soy o lo he sido, aunque no me quita el sueño. Puedo parecer engreído, pero yo ya estaba reinsertado en la sociedad cuando entré, aunque es cierto que el sistema penitenciario está encaminado a la reinserción del preso. Para mi depende primero de uno mismo. Ahí te dan algunas herramientas para ello (talleres, clases, trabajo, cursos…), pero si uno no da el primer paso, es difícil la reinserción. Uno tiene que querer cambiar, no solo cumplir la condena.
¿Cómo es la vida en la prisión de Menorca, considerando que se trata de un centro de baja exigencia?
—En general es tranquila. Es prácticamente de autogestión. Entre los internos realizábamos la comida y el reparto, hay servicio de lavandería, limpiábamos las zonas comunes, aconsejas y explicas las normas a los nuevos, y si tienes la opción de tener trabajo, como fue mi caso, ayuda a que el tiempo pase más rápido. Te apoyas en los compañeros y en leer. También hay tiempo para ver la tele, hacer ejercicio, salir al patio a jugar a fútbol o voleibol y hacer partidas de ajedrez o tenis de mesa. El parchís también está muy inculcado. Se pueden ver películas, hacer puzzles y realizar trabajos de marquetería. Yo me entretenía mucho haciendo Mandalas. Me daba calma y paz interior, tan necesarias allí y en la vida en general. Ni vamos vestidos iguales ni hay duchas comunes. La ducha es privada en cada celda. No se cae el jabón, jeje. Hay tiempo para el humor y las risas.
¿En qué mejoraría la prisión si dependiera de usted?
—Creo que hay suficientes actividades, las normas a cumplir son aceptables y la comida es buena en general. Tal vez en los desayunos... solo un café con leche y un bocata con mermelada sea insuficiente. La queja generalizada es que este centro da menos permisos de salida de lo habitual, que por tiempo de condena y comportamiento se merezcan algunos internos. Recurren y el juez de vigilancia les da la razón. Podrían ser más benevolentes en este sentido.
¿Qué consejo le da a quien deba cumplir una pena privativa de libertad?
—Cuanto antes acepte la situación, mejor se sentirá. Los años de condena influyen, no es lo mismo 6, 10 o 15 años, que los 20 meses míos. Y que se enfoquen en lo que pueden controlar. Que intenten ser positivos de mente. Si uno piensa, «esto es una mierda», «no me lo merezco», «es una pérdida de tiempo», atraerá negativismo. Mejor pensar, «cómo puedo mejorar», «qué puedo aportar», «seguro que algo bueno sale de esto». Lamentarnos por lo ocurrido no conduce a nada, y quejarse solo añade sufrimiento a los problemas. Hay que evitarlo.
Desde la soledad de una celda usted ha aprendido a relativizar las cosas negativas que a uno le ocurren en la vida, ¿por qué?
—Porque, honestamente, considero que hay cosas peores, como padecer enfermedades graves. Yo me levantaba cada día sano, y si no, ya me intentaba esforzar en que fuera así. Siempre podía pensar que había alguien en peor situación que yo. Los obstáculos nos permiten medir nuestras fuerzas. Mentalmente, me he vuelto más fuerte porque allí, solo en la celda, la mente da muchas vueltas. Por suerte, el apoyo de la familia y amigos, fue esencial. Por ellos debía hacer el esfuerzo de estar bien.
También tuvo reconocimiento a su buena actitud en la prisión.
—Una vez un funcionario veterano dijo a otro que entró en prácticas, en mi presencia: «este es el mejor interno que tenemos aquí», y aunque posteriormente cometí un error y no pude tener mi expediente inmaculado, guardo un buen recuerdo de mi paso por el Centro, por el trato de mis compañeros y de los funcionarios. Era bonito ver como otros internos que no tenían la misma suerte, se alegraban cuando recibías un permiso de salida o cuando alguien ya terminaba su condena y quedaba libre. Otro detalle es que cuando recibías una carta suponía algo muy emotivo.