El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de ETA se vivió en Mallorca de un modo muy similar a como transcurrieron aquellas intensas horas en todo nuestro país, horas de inquietud y angustia que estos días traemos a colación con motivo del 25 aniversario, por ejemplo, revisando las portadas que los días turbulentos nos dieron. Las calles y plazas se llenaron de muestras de dolor y de rabia. En la actualidad la expresión pública de esos sentimientos es algo consustancial al sufrimiento de las víctimas de una gran tragedia, pero la sociedad de aquel entonces, que venía de 40 años de dictadura franquista y se hallaba aun en los primeros pasos de una joven democracia, estaba todavía poco acostumbrada a decir en alto lo que pensaba.
Ese día los mallorquines, los vascos y los españoles en su conjunto se hicieron mayores de edad para decirles ‘basta' a los pistoleros. Les señalaron el camino hacia la salida, tanto a ellos como a sus métodos. La tristeza y la impotencia de las primeras horas al conocer que los terroristas habían secuestrado a un joven concejal vasco cundieron al saberse que ese joven, del que pocos aun retenían su nombre, había sido sentenciado a muerte. Muchos pensaron que no accionarían el gatillo, que los asesinos no cumplirían sus intenciones. Lamentablemente se equivocaron.
La noticia del asesinato de Miguel Ángel Blanco cambió las cosas. Demostró que los demócratas eran más y que los que apoyan la violencia para obtener supuestos fines políticos se equivocaban, como ellos mismos han reconocido de algún modo apartando las pistolas, los secuestros y atentados de la vida pública de nuestro país. La barbarie que representa la pérdida de una vida única y valiosa era un sinsentido insoportable y estéril. Miguel Ángel Blanco marcó a fuego en más de una generación de mallorquines, vascos y españoles que ninguna idea justifica el derramamiento de sangre. Como dijo hace unos pocos días el presidente Pedro Sánchez en Ermua, los terroristas empezaron a ser derrotados por la sociedad y el Estado de Derecho el día que apretaron el gatillo y dos balas se incrustaron en la nuca del joven concejal vizcaíno del Partido Popular. El joven murió asesinado vilmente, pero nació el mito.