La finca de Son Coll, adquirida por el extenista alemán Boris Becker, está okupada por tres personas: dos hombres y una mujer –Bauchi (se llama realmente Georg Barres, 44 años), Hassel (Michael Haselbach, 55 años) y Steffi (Stefanie Griesbach, 33 años). Sus profesiones: carpintero, pintor, escritora –seis libros en su haber–, tatuador, cuidadora de ancianos y, posteriormente, niñera, y relacionado con la restauración, respectivamente.
Para acceder a la finca te has de poner en contacto con algunos de ellos y explicarles los motivos de la visita. Si permiten que entres, te cobrarán dinero. «Es normal que cobremos –dice Bauchi–, porque si viene una cadena de televisión o una revista, y hace un reportaje sobre quiénes somos y qué pretendemos, y lo venden y ganan dinero, es justo que nosotros también lo hagamos».
A poco de entrar en ella, te das cuenta de dos cosas: de lo grande que es y de que, gracias a Bauchi, Hassel y Steffi, está limpia y ordenada. Incluso la piscina está limpia. La casa principal no tiene ningún mueble –llama la atención lo bien conservados que están los azulejos de los arcos que dividen las estancias y la decoración de la chimenea. Apenas hay utensilios en la cocina (vemos una tetera). Hay cuatro dormitorios y cada uno tiene su baño.
Los nuevos ‘inquilinos' viven repartidos por los inmuebles de esta finca. Con los tres hablamos en la puerta de una de las casas que están más a la vista, en cuya segunda planta duerme en una cama con mosquitero Bauchi, y que nos da la sensación de que es la casa de invitados, dado que la que está en frente, en forma de paralelepípedo, de dos plantas – abajo, salón y gran cocina; arriba, dormitorios– es la que ocupaban el tenista y su familia.
Bauchi, en apenas unos minutos, nos expone la situación y la filosofía que impera en el lugar. «Cuando ella y yo llegamos, pensamos que era el lugar adecuado para lo que pensábamos, ya que estaba abandonado, no vivía nadie, apenas había muebles, ni había agua, ni luz. Por lo que, de seguir así, se iría autodestruyendo cada vez más. Era, sin duda, lo que andábamos buscando».
Bauchi comenzó a escribir un libro en 2015 y lo terminó en Viena. «Es la historia de un viaje en el tiempo, 20 20. Die neme Erde, se titula. Hablo de un lugar en el que viven personas, unas cuidan de las otras, se ayudan, comparten, no necesitan policías para que haya orden, pues son ellos los que se encargan de que lo haya. Y eso es en lo que pretendemos convertir este lugar».
Hay que decir que poco después de instalarse en Son Coll, Bauchi se ausentó durante unos meses. Se quedó Steffi, luego llegó Hassel y, finalmente, regresó él, viviendo ahora los tres, con intención de reunir a otras trece personas más dispuestas a vivir de acuerdo a la filosofía descrita en 20 20. Bauchi rechaza de plano que sea una secta, «pues no hay ni doctrina, ni jefe. Aquí son bien recibidos todos, sea cual fuere su nacionalidad, credo e ideología. Lo importante es el respeto y querer compartir lo suyo con los demás, para lo cual crearemos una caja común con la que haremos frente a todos los gastos, mientras que los caprichos los costeará quien los tenga». Le preguntamos si a la hora de compartir se comparte también la pareja.
«Si él o ella quiere, ¿por qué no? Pero si dice ‘no', es no, y hay que respetarlo. Hassel y Steffi, que sigue en silencio la conversación, asienten. Y por supuesto, «habrá unas normas para todos. Aquí dentro mandará el 20 20». Nos aseguran que la Guardia Civil sabe que están allí. Les preguntamos qué harían ellos, en el supuesto de que Becker, o alguien en su nombre, llegara algún día con papeles en regla. «Pues nos iríamos y buscaríamos otro lugar», afirman.