El escritor y presentador Boris Izaguirre (Caracas, Venezuela, 1965) estuvo este miércoles en Palma donde se presentó, en el marco del Atlàntida Mallorca Film Fest, la película documental Terenci: la fabulación infinita, que ha dirigido Marta Lallana, coguionista con Álvaro Augusto
¿Qué opina de la decisión de Pablo Parellada, última pareja de Terenci Moix, de denunciar que el escritor murió asesinado?
—Aproximarse a teorías conspirativas puede provocar problemas tan complicados como negar el cambio climático, apoyar a Trump o favorecer ideas tan peligrosas como las de la ultraderecha en España.
Terenci Moix fue bien acogido por el establishment cultural barcelonés, algo menos evidente para otros grandes escritores catalanes como Juan Marsé o Maruja Torres.
—Juan (Marsé) era adorable, Maruja (Torres) es una mujer fascinante, pero Terenci tenía ese plus que era su encanto inmenso, un destello permanente y te encantaba estar envuelto en ese destello.
Habla de ultraderecha. ¿Por qué se ha creado el cliché de que la homosexualidad es poco compatible con lo conservador?
—Lo que no se puede ser es retrógrado. Terenci fue una persona libre en un lugar que no lo era, en un país oprimido por una dictadura espantosa. Superó esa dictadura con universos escapistas desde su sexualidad, que nunca rechazó. En democracia, usó esa sexualidad como instrumento para la libertad.
No es gratuita la comparación de Truman Capote con Terenci Moix.
—Mi primera aproximación a Terenci fue pensar que era Truman Capote en mi idioma, el español. Cuando lo conocí, pensé que estaba con Truman. Ambos llevan la T en el nombre. Luego, vi que Terenci era más profundo que Truman Capote.
Hablamos de escritores serios que cultivaron su interés por la crónica social, algo que usted comparte.
—Sus amigas acudieron a despedirlo a su funeral, en ese momento tan increíble con Núria Espert, Montserrat Caballé e Isabel Presley, y el inmenso ramo de flores que envió Rocío Jurado. Era su universo.
Y usted estuvo ahí.
—Benet i Jornet me dijo que quería que yo leyera en el funeral el principio de El peso de la paja, un texto muy difícil. Yo no soy un actor, pero me dijo cómo tenía que decirlo.
¿Cómo era su relación con Terenci Moix?
—Él era una persona muy generosa. La muerte se cruzó en nuestra amistad. Lo poco que tuve tiempo de aprender de él fue muy importante para mi crecimiento.
En Moix, el sufrimiento siempre acaba invocado cuando se refiere al amor de pareja.
—Era una forma de educación que yo no he vivido así. Ha sido un señor divino y estupendo. El rompimiento público con Enric Majó se convirtió en una especie de telenovela. Fue también sanador porque construyó un amor homosexual del que se podía hablar.
Se habla de pionero en ese sentido.
—No me considero heredero ni relevo, pero tuve el privilegio de aprender muchísimo de él. Yo soy libre, como homosexual, gracias a personas como Terenci, Truman Capote, Antonio Gala, Fassbinder, Txaikovski o Oscar Wilde. De esta lista, sólo conocí a Terenci y pude compartir con él el poco aire que le dejaba el tabaco.
Otro aspecto destacado es su inteligencia.
—Inmensa, en especial su intuición, que es una de las formas más refinadas de inteligencia. Un día, yo estaba mal porque pensaba que la fama en ‘Crónicas marcianas' iba a devorarme. Terenci me dijo que tenía que entender que existen la cultura A y la cultura B, y que hay personas que seríamos un ascensor entre una y otra. Y debía estar cómodo en ese papel de ascensor.
Lleva unos años sin publicar una novela. ¿En qué está trabajando?
—He estrenado una zarzuela con Ainhoa Arteta y éxito de público. Ha sido abrir una puerta hacia la dramaturgia, que ha sido siempre mi primer amor. En septiembre, voy a estrenar un nuevo programa de televisión en la Sexta, con Adela González. Nos encargaremos de la tarde de los sábados.