Que el año 2022 está siendo bueno desde el punto de vista turístico, nadie puede dudarlo. Tras dos años en los que se han mezclado los «arranca-para» con la ausencia de visibilidad en el comportamiento de los mercados, este año hemos visto cómo el ahorro embalsado y las ganas de salir, viajar, tener tiempo de calidad con nuestros seres queridos han primado sobre inestabilidades, incertidumbres, coletazos de pandemia, guerras no tan lejanas e inflación galopante. ¿Que hay nubarrones? ¡Pues, claro! ¿Y cuándo no en estos últimos tres lustros?
El turismo nuevamente vuelve a ser el sector que tira de una economía nacional aún noqueada, en la que el consumo parece volver a enfriarse (y si no, ya se encargará el BCE de hacerlo) y los sectores productivos se ven amenazados por roturas de stock, incrementos de costes y, a pesar de una tasa de paro del 12%, falta de una mano de obra cualificada y, sobre todo, motivada en la búsqueda de empleo. Síntomas todos ellos compartidos con nuestro sector.
Pero volvamos al tema de la temporada turística este año, especialmente en Balears. Basta que el sector empiece a remontar, para que los que siempre disparan desde la cadera (y rara vez aportan ideas) empiecen con la cantinela de la masificación. Es cierto, ha venido mucha gente y quizás no toda tiene el perfil que sería deseable para optimizar negocios y rentabilidades, incluida oferta complementaria, comercio y restauración. Pero estos de la crítica rápida y facilona, ¿se han parado a pensar cuál puede una de sus causas principales y se han puesto a trabajar para poner remedio? Me temo que no.
Quizás vengan bien unas pocas cifras: en la última década y conforme a los datos oficiales, las plazas hoteleras en Mallorca han pasado de 288.938 a 307.686. Menos de 19.000 plazas (un 6,8% de aumento). Teniendo en cuenta que muchas de ellas vienen de la famosa DA4, no han supuesto incrementar su huella en el territorio de forma sustancial. Sin embargo, las plazas de viviendas vacacionales, al menos oficialmente, han pasado de 20.192 a 103.339 (un 511,78% de incremento). Y recalco lo de oficialmente porque si uno se va a consultar otras fuentes, solo Airbnb oferta más de 90.000 viviendas vacacionales en la isla (fuente insideairbnb.com/mallorca) que, a un promedio de cuatro plazas por vivienda, alcanza la nada despreciable cifra de 360.000 plazas que, quiero creer, incluyen las oficiales. ¿Hay alguien en las Islas que esté preocupado estudiando el impacto que este crecimiento desmesurado en las está teniendo sobre el desplazamiento de los residentes, la dificultad o, directamente, imposibilidad de su acceso a la vivienda? ¿Sobre el deterioro de la calidad de vida de los barrios, la banalización de los espacios públicos, la desaparición del comercio tradicional o el deterioro de la vitalidad y convivencia ciudadana?
La solución temporal de la moratoria adoptada por el Govern puede ser una primera barrera de contención, pero solo funcionará para los que juegan por el libro y se atienen a las reglas, no para la oferta irregular (por no decir ilegal). Acostumbrados como estamos a la sobrerregulación en casi cualquier aspecto de nuestra vida, hay normas, reglamentos y sanciones para poner orden, pero, el que controla, el que debe ejecutarlas ¿dónde está? ¿A qué espera? Y que no nos vengan desde los Consells con que no hay inspectores. Teniendo en cuenta que, hoy por hoy, la inmensa mayoría de la oferta turística está en plataformas digitales, quizás haya que darle una pensada a una inspección turística que sigue levantando sus actas con lápiz y papel. No estaría mal que alguien le diera una vuelta a la digitalización de la función. Y no será porque no puedan encontrar cobijo en los fondos NextGen. Será por dinero… Tenemos un sector turístico envidiable, que ha remontado tras el covid como ningún otro de nuestro país, con una vitalidad y capacidad de reinvención digna de elogio, pero como decía aquel anuncio de los noventa: «la potencia sin control, no sirve de nada». Menos murgas y pongan alguien al volante, por favor.