China, que ha sido el país más beneficiado por la globalización, parece decidida a dar la espalda a Occidente (a los que considera sus potenciales enemigos) y a dar prioridad al nacionalismo (mantener su propio sistema) y al patriotismo (recuperar su territorio anterior), dejando de ser la fábrica del mundo para cerrarse en sí misma y abrirse hacia otras rutas comerciales de Oriente, África y Latinoamérica. El sueño de la China actual parece ser convertirse en el país hegemónico del mundo en conocimiento, cultura y economía.
China resurgió después de la Segunda Guerra Mundial como un país muy pobre, dividido (la parte continental comunista dirigida por Mao Zedong y la isla de Formosa, hoy Taiwán, prooccidental). Mao, en la China continental, obligó a sus ciudadanos a una política de rápida colectivización e industrialización del campo, llamada El Gran Salto Adelante, que fracasó y generó una gran hambruna con millones de muertos. Mao fue cuestionado dentro del PCCH (Partido Comunista Chino) pero reaccionó convocando una llamada Revolución Cultural. Mao mantuvo aislada a China hasta su muerte en 1976.
El milagro chino comenzó algo más tarde con la presidencia de uno de los opositores a Mao, Deng Xiaoping, que ha sido el arquitecto de la China Moderna, un país que en una generación se abrió al mundo y logró tasas anuales de crecimiento económico del 10% durante más de 30 años, eliminando la pobreza absoluta de muchos millones de chinos y convirtiendo al país en una de las primeras potencias del mundo.
Con una población activa de 800 millones de personas, más del doble que la de Estados Unidos y Europa juntas, una productividad creciente basada en grandes inversiones en tecnología y educación. Todo esto ha beneficiado a Occidente a través de bienes importados a menores precios y suministros en la cadena de producción cada vez a menor coste, lo que ha permitido disfrutar durante mucho tiempo de menores precios y menores costes. También es el país que más reservas de divisas (dólares, euros,) ha acumulado, por lo que es acreedor principal de las deudas de Estados Unidos y otros países occidentales. Podríamos decir que es el país más capitalista y desigual del mundo. Un capitalismo controlado por el PCCH, con una gran corrupción de cuadros y oligarcas y los principales clientes de los paraísos fiscales.
Pero todo esto puede cambiar. China está comenzando una etapa de transformación con un dirigente fuerte, Xi Jinping. Considera a Taiwán su territorio y no puede fallar como le ha pasado a Putin. Su enemigo es Estados Unidos y tiene que ser más fuerte y superarlo tecnológicamente. EE.UU. lo sabe y ha impuesto un bloqueo a la exportación a China de semiconductores para impedirles la fabricación de superordenadores que puedan tener uso militar.
China ya es potencia dominante en el Pacífico y en el este y sudeste de Asia. Los mercados dominados por China crecen sin cesar. Pero China hoy por hoy depende para crecer de sus rivales geopolíticos: Taiwán, Corea del Sur, Estados Unidos, Japón y Alemania. El proceso de desglobalización ya ha empezado y durará unos años (costará sustituir los ricos mercados de Occidente) y el crecimiento económico de China será mucho menor. Tendrán problemas internos muy graves por el descontento. Ya los están teniendo. El duro control digital de la población es una realidad, tienen que escanear códigos QR para acceder a cualquier sitio, cámaras que te identifican, control de la emigración del campo a la ciudad y mucha propaganda. El pensamiento de Xi se estudia en las universidades, se citan sus palabras al izar la bandera en los colegios y se difunden profusamente sus ideas. China tiene un nuevo Mao. Y en el mundo occidental una nueva incertidumbre.